Pensar entre imágenes
El esqueleto y el fantasma
Silvia Cosío
Athenaica
136 páginas | 20 euros
Después de ilustrar, en la misma editorial Athenaica, un volumen dedicado a la leyenda de San Julián el Hospitalario donde podíamos leer el famoso relato de Flaubert en la versión de Ferrer Lerín, acompañado de un prólogo del traductor y de la reseña crítica de Marcel Schwob, la artista Silvia Cosío (Celis, Cantabria, 1976) da a conocer un proyecto que en esta ocasión no va asociado a una exposición paralela, pero se sirve como en la última parte de su anterior propuesta —el libro y la muestra se titulaban San Julián (2018)— de la combinación de citas e imágenes a los que ha sumado textos originales. Pese a su evidente familiaridad con la tradición de la pintura, asumida o reinterpretada en muchos de sus lienzos, la obra plástica de Cosío remite siempre a sus lecturas del momento, pues como ella misma ha explicado su método de trabajo parte del acopio de referencias heterogéneas que van configurando un sentido. La literatura, en una acepción amplia que comprende a los pensadores, los ensayistas y los poetas, es el detonante e interactúa con el repertorio iconográfico —incluyendo también el cine o la fotografía— a la hora de elaborar, con unos u otros materiales, un discurso personal que incorpora asimismo, aun de forma indirecta, el registro autobiográfico.
Si la reciente aproximación de Cosío al mito de San Julián nació de un pasaje de Sebald y ofrecía a modo de apéndice algunas de las claves literarias o visuales que habían alimentado su relectura, la colección de retratos reunidos en El altar de los muertos (2016) —título inspirado por el relato homónimo de Henry James, a través de la adaptación de Truffaut en La habitación verde— planteaba un homenaje expreso a algunos de sus creadores predilectos, venerados como sombras tutelares que tienen algo de benéficos espectros. Pensar, contar o analizar el interior de uno mismo, sugiere la autora, son actividades para las que no basta la introspección, sino que necesitan de la confrontación y el diálogo con quienes nos precedieron y de algún modo se constituyen en espejos o estímulos. En la obra propia comparecen los ecos de otras obras del mismo modo que estas, bien miradas o leídas, pueden reflejar el contorno de nuestro rostro.
Recopilados entre 2014 y 2018, primero en Berlín y después en Barcelona, los textos e imágenes que conforman El esqueleto y el fantasma se presentan como una miscelánea en la que conviven elementos muy diversos —bastantes de ellos ajenos, junto a otros de su autoría— con algunos denominadores comunes que se deducen del conjunto: la exploración del territorio de la infancia, la construcción de la identidad como un relato en el que se superponen experiencias vividas y otras no personales pero igualmente definitorias, la alternancia de episodios aparentemente anecdóticos con impresiones o reflexiones referidas al desempeño o la condición de artista. En lo formal, la fotografía, la pintura, el fotograma o el collage parecen cumplir una función, por así decirlo, documental, pero el foco de la inquisición de Cosío —su pensar entre imágenes, como en el ensayo de Godard— se sitúa aquí fundamentalmente en la escritura.
Fragmentos narrativos, entradas fechadas de una especie de diario, citas literales u otras sólo aludidas, prosas líricas, mínimas semblanzas, glosas o recuerdos se distribuyen en un entramado cuya ordenación recuerda la técnica del montaje, donde las piezas hablan también del significado de los espacios geográficos, de las sensaciones del cuerpo, de la herencia familiar o las relaciones de parentesco, de las condiciones de supervivencia, de la vocación y el destino. Renunciando a una secuencia discursiva, Cosío encadena los vislumbres o los flashes y proyecta el espectáculo normalmente invisible de una vida interior —the inner life— que busca reconocerse en otros para mostrarnos lo que el mundo, en palabras de Mark Strand, tiene a la vez de realidad y fantasmagoría.