Lorenzo Silva: “Marruecos es la clave para entender lo que pasó en España a partir de 1931”
“El Marruecos español dejó una huella muy intensa en la memoria de los que estuvieron allí y significó su gran aventura, como le ocurrió a mi abuelo”
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) es autor de una amplia obra narrativa galardonada con premios como el Primavera, el Nadal o el Planeta 2012. En Siete ciudades en África, publicado por la Fundación José Manuel Lara, ha llevado a cabo un apasionante documental divulgativo y literario sobre la historia del Protectorado español, narrada desde una familiaridad que excluye el exotismo.—El pasado año se cumplió el centenario del Protectorado hispano-francés en Marruecos. ¿España se embarcó en esta empresa por el fracaso colonial en Cuba, por la exigencia de Francia o por el discurso de Joaquín Costa sobre la necesidad de saldar la deuda de gratitud con la cultura islámica?
—Hubo de todo. El recelo del pueblo a meterse en una aventura que veía como un gran lío, la presión francesa para que se implicase en el Protectorado y el discurso de 1884 de Joaquín Costa, defendiendo la responsabilidad histórica de solidaridad con Marruecos y la obligación de contribuir a su desarrollo. En el fondo, los defensores de esta idea sirvieron de tontos útiles a los que fueron a Marruecos en busca de ambiciones personales y de dinero. Desde el mismo Rey y sus militares más afines, hasta los que vieron una ocasión propicia para hacer carrera. Y también había personas muy conscientes de que España estaba muy tocada y de que una aventura como aquella iba a necesitar mucha carne de cañón que recalentaría más la situación del país.
—Uno de esas voces fue la de Ángel Ganivet, que predijo que podría ser el final de la monarquía y la mecha de una guerra civil.
—Es increíble la anticipación y la lucidez de Ganivet en las páginas de su Idearium español. Efectivamente, en la conquista de Alhucemas, con la que se cierra el dominio sobre el territorio, coinciden personajes como Mola y Goded o Pozas y Aranguren, que poco después se van a enfrentar sublevados unos y fieles a la República los otros. La conclusión de los primeros de su experiencia allí fue la idea de que había que redimir a España, mientras que los segundos eran conscientes de que se habían cometido muchas injusticias con su propia población, incluida la guerra en el norte de África. Marruecos es la clave para entender todo lo que pasó en España a partir de 1931.
—Después de cien años ¿qué memoria queda de la época del Protectorado?
—Entre los marroquíes de esa zona, hay autores que escriben en español y tratan de mantener la memoria de aquel tiempo. Y en general, una gran mayoría está muy pendiente de nosotros porque tienen un millón de compatriotas aquí. En cambio, el grueso de la sociedad española vive de espaldas a la realidad marroquí. Al igual que hace con Portugal. No se ha sabido ejercer un papel activo y solidario de vecindad, que incluso habría tenido cierta rentabilidad para nosotros, y se olvida que tenemos una comunión de sangre con los marroquíes por la ascendencia o descendencia común. La Historia del Marruecos español es muy desconocida por absoluta omisión. Fue un período relativamente corto pero que dejó una huella muy intensa en la memoria de los que estuvieron allí y significó su gran aventura, como le ocurrió a mi abuelo.
“En la conquista de Alhucemas, con la que se cierra el dominio sobre el territorio, coinciden personajes como Mola y Godet o Pozas y Aranguren, que poco después se van a enfrentar sublevados unos y fieles a la República los otros”—A pesar de una relación de dientes de sierra, el mestizaje fue la supervivencia.
—Las ciudades conquistadas, como Ceuta y Melilla, o las de acogida a desterrados, como Tetuán o Xauen, ponen en contacto a fundadores con el empeño de salir adelante en una situación difícil y a pobladores acostumbrados a bregar. Un comienzo intenso que termina en un entendimiento lógico basado en la identidad esencial del Estrecho. Esto explica que en época fenicia, romana y bereber todo este territorio fuese un círculo, aunque tuviera el mar por medio. Marruecos y España son las dos caras de una misma identidad, moldeada por la influencia occidental en nuestro caso y por la oriental en el de ellos.
—Cada ciudad tiene su personaje, pero tal vez el más apasionante sea Sida al-Hurra, una mujer que gobernó Tetuán mucho tiempo.
—Ella revela un hecho muy desconocido que es el enorme poder de la mujer bereber. Supo mandar a través de su yerno al que manipulaba políticamente y finalmente acabó gobernando la ciudad porque entendió muy bien la mezcla de culturas del lugar en el que estaba. Tenía todas las claves en la cabeza y demostró su saber hacer en beneficio de la ciudad, como en el acuerdo con Barbarroja por el que la llamaron la princesa corsaria.
—¿Es Tetuán, entre las siete ciudades del libro, la más representativa del periodo?
—Al-Mandari, su refundador, era granadino. En la guerra de 1859 fue la primera que conquistan los españoles, con una gran victoria de la que guardan memoria un barrio de Madrid y los leones del Congreso hechos con el metal fundido de los cañones tomados al enemigo. Vinculada a ella está el origen del Tercio extranjero —tras la constatación del Gobierno de que la guerra era muy impopular y había que tener soldados de otra pasta—, del que saldrían personajes de los dos bandos de la Guerra Civil como Franco y Fermín Galán, que será el primero en proclamar la República en Jaca en 1930. Y también lo certifican la arquitectura y el urbanismo español de su esplendor como capital del Protectorado.
—Otra ciudad especial de este recorrido es Xauen, la más intolerante con respecto a lo español.
—De Xauen y su leyenda real de ciudad santa, con autonomía política como escribió sobre ella León el Africano, y cerrada al extranjero por la intolerancia religiosa de los jerifes que se decían descendientes del Profeta, me interesaba mucho la visión de los viajeros europeos como Foucauld y Walter Harris, periodista del Times, que fueron al parecer los primeros en entrar, con pocos años de diferencia, y contaron el choque que supuso desde su cultura occidental. Un choque similar al de 1920 cuando lo hicieron los españoles —entre los que estaba el joven sargento Arturo Barea, importante escritor después— y encontraron a numerosos sefardíes.
—En ese collar de siete perlas se encuentra también Melilla, de la que usted dice que es la gran desconocida.
—Melilla me parece una de las ciudades más fascinantes, bonitas y sugerentes de España, con su huella fenicia y española desde el siglo XV. Me da tristeza que mucha gente la perciba como el agujero de los tiempos de la mili y no sepa que su historia es la de una joya codiciada por todos. Es la historia de una gran determinación, la de los españoles capaces de resistir un prolongado asedio de tres meses y cuatro mil cañonazos que la convirtió casi en otra Numancia del siglo XVII, muy difícil de socorrer por el aislamiento, que aún tiene, en comunicaciones.
—Y el viaje llega a Nador, la mecha del levantamiento del Rif y el duelo final entre dos personajes épicos: el general Silvestre y Abd el-Krim.
—Cuando los españoles fundan Nador para explotar las minas y se adentran más en el territorio empiezan a pisar un doloroso callo. Es el momento en el que surge Abd el-Krim, sobre el que hay un retrato sesgado de héroe romántico que luchó por la independencia de los oprimidos hasta el final. Y no es verdad porque pactó la salvación de su familia y bienes con los franceses. Hay otro, igual de sesgado, que lo presenta como un traidor a España que tuvo un importante papel en el dramático conflicto del desastre de Annual. Tampoco es cierto porque colaboró con los españoles, los respetó como enemigos y trató de entenderse con el general Silvestre hasta casi el final. Tanto Silvestre como él encontraron el uno en el otro la horma de su zapato. Cuando los dos dejaron de conocerse a sí mismos, de saber lo que tenían ellos y lo que el otro podía hacer, y se dejaron llevar por la megalomanía napoleónica de vencer al otro, llegó el desastre de Annual y de una forma u otra el final de ambos.