Víctor o Victoria
Personas como yo
John Irving
Trad. Carlos Milla Soler
Tusquets
472 páginas | 22,50 euros
Todas las novelas de John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) tienen un común denominador: su afán desmedido por contar una historia. Una historia que en seguida se multiplica, porque alrededor de los protagonistas de Irving siempre pulula un buen número de secundarios, cada uno de los cuales cuenta con su propia peripecia. Algunas novelas de Irving se quedan ahí. (Abro paréntesis: digo se quedan; pero es una manera de hablar, porque las novelas de John Irving son todas ellas tan copiosas que el lector nunca tiene la sensación de que sus novelas se quedan, sino más bien de que sobrepasan cualquier expectativa. Cierro paréntesis). Junto a ellas, hay otras que además de ofrecer esa escritura desatada están enriquecidas con una postura ideológica y con una toma de partido político: El mundo según Garp (1978), que habla de la intolerancia sexual; Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (1985), que trata sobre el derecho al aborto; y Oración por Owen (1989), sobre la Guerra de Vietnam. A esta lista hay que añadir ahora Personas como yo, su última entrega, que aborda el deseo no heterosexual.
La novela cuenta en primera persona la vida de Billy Abbot desde su adolescencia en un pequeño pueblo de Vermont hasta su regreso a la casa donde nació, convertido en el escritor que siempre quiso ser. En la primera parte de la novela Billy Abbot se centra en su formación como lector y sobre todo en su aprendizaje sexual. A Billy le atraen los hombres y las mujeres, y eso le permite en la segunda parte de la novela contar cómo han ido viviendo su sexualidad los gays, las lesbianas y los transexuales estadounidenses desde la década de los cincuenta hasta el momento presente: la invisibilidad de los primeros tiempos, la alegría sin conciencia —y sin condón— de los setenta y la aparición del compromiso político a partir de los años ochenta, tras la devastadora plaga del SIDA, que en la novela se cuenta sin caer en el dramatismo barato pero sin escamotear tampoco el dolor que produjo.
La pasión por contar sigue intacta en esta novela: hay un personaje central, y alrededor de él un montón de secundarios que entran y salen como en el teatro, que por cierto desempeña en esta novela un papel sumamente importante: teatro es lo que deben hacer los homosexuales que ocultan su condición. Pero el teatro supone también una liberación para esas mujeres con cuerpo de hombre llamadas transexuales, que como el abuelo de Billy pueden vivir en las tablas —interpretando papeles femeninos, por ejemplo— una vida más real y auténtica. Pero el valor de esta novela no es solo político, sino también literario. Si la literatura que trata del deseo homosexual alcanzó un estatus de respetabilidad desde que Thomas Mann escribiera Muerte en Venecia, la transexualidad apenas sí ha sido tratada en la literatura. Ni en la literatura ni en la vida. Los transexuales siguen siendo un asunto reservado del que se habla más bien poco. En la literatura no hay modelos, y siempre que han aparecido lo han hecho como figuras ridículas.
En Personas como yo, Irving acepta el reto de escribir sobre un tipo literario del que no existen precedentes serios. La empresa era muy peligrosa y el autor corría el riesgo de caer en lo grotesco. Pero Irving sale triunfador: los transexuales son con diferencia los personajes más complejos, los más entrañables y sin duda alguna los más dignos de esta novela.
Personas como yo es una victoria política, pero sobre todo una victoria literaria.