Ilusionismo real
Cada cual y lo extraño
Felipe Benítez Reyes
Destino
176 páginas | 18 euros
Hay quien dice que una prosa tan brillante como la de FBR luce más en las distancias cortas que en la novela. No opino lo mismo. Opino que luce exactamente igual en el relato que en la novela, y que solo el hecho de que sea quizá el poeta más importante aparecido en España desde la muerte de Franco, obstaculiza que se le otorgue a obras como El novio del mundo o Maneras de perder, la entidad que tienen por sí solas. En Cada cual y lo extraño, el nuevo libro de cuentos de FBR, tenemos nuevas pruebas concluyentes de que ser prosista brillante y ser narrador genuino no están reñidos. Una vez reunidos sus cuentos anteriores en un volumen publicado por Destino, este nuevo libro viene a añadir un puñado de cuentos excelentes, alguno magistral, a una obra narrativa de la que cabrá discutir su alcance o posición en nuestro panorama, porque para gustos los colores, pero de la que es imposible discutir su radiante personalidad. Y la personalidad, en unos tiempos donde cualquiera destaca por copiar pacientemente lo que otros hicieron antes y mejor sin darse tantas ínfulas, es, no me dirán que no, una virtud escasa.
Cada cual y lo extraño se presenta en forma de Almanaque de Historias. Cada uno de los cuentos que lo componen va precedido por la mención del mes en que se sitúa la narración. Hay meses de hechos reconocibles y obvios —Enero-los Reyes Magos…— y otros, desencajados —“aquel año el Carnaval cayó en Marzo”—. La estructura ayuda a que, por lo menos al comenzar el volumen, se tenga la leve impresión de estar ante un libérrimo libro de memorias familiares, si se quiere, de galería de retratos familiares a través de la cual contarse la propia vida. Y esa leve impresión se agranda con otra que mide de alguna manera la capacidad narrativa del autor: sí, puede que tengan algo de Falsas Memorias estos cuentos, pero resulta que a lo mejor son nuestras propias memorias, las memorias de cualquiera, porque por debajo de lo que se va contando —y con detalles que remiten a la propia biografía y localización geográfica del autor— hay un poso de memoria compartida, de perplejidades e impresiones en las que es fácil reconocerse, con las que nuestra identidad, como ocurre siempre que un texto consigue el milagro de desvelarnos algo de nosotros mismos, va a la vez sintiéndose retratada y poniéndose a sí misma en el brete de no saber muy bien qué es. Que esto se consiga con relatos aparentemente leves —levedad, una de las cosas que pedía Calvino al nuevo milenio— es una de las grandes virtudes del FBR cuentista. Otra de sus virtudes es siempre el humor que no necesita en ningún momento rebajarse al chiste, y que es capaz de sacar petróleo casi de cualquier cosa, de cualquier escena. Uno de los mejores relatos del libro, y uno de los mejores que uno haya leído en mucho mucho tiempo, narra las peripecias de una pareja en un crucero por el Báltico. Es un relato lleno de momentos hilarantes, pero aun así, es un relato de horror con un tema eterno: la pareja. En esas páginas está ese prodigioso mago que no se cansa de inventar nuevos números para mejorarse y seguir sorprendiéndonos, y me parece que el relato refleja bien —es el más largo del conjunto— cómo se puede ser prosista brillante sin renunciar por ello a ser un contador de historias que te enganchan y que te bebes como se bebe uno una botella de refresco cuando está muerto de sed, sin darse cuenta de que el mismo refresco que te está apagando la sed, te está dando más sed.
Cada cual y lo extraño es un libro lleno de personajes memorables, de piezas escritas con pulso de maestro. En una de ellas se lee: “Entonces me di cuenta de todo: Habíamos viajado juntos al reino de las irrealidades, y sentían nostalgia de ese viaje fugaz porque la realidad les gustaba menos que aquellos ilusionismos”. Estos ilusionismos, como sucede siempre en FBR, están llenos de pura realidad.