El aprendizaje del talento
Desde hace años, José Antonio Marina viene dedicando buena parte de su tiempo a elaborar una Teoría de la Inteligencia de la que ha deducido una praxis aplicable en las escuelas, con la intención de contribuir a mejorar la calidad de la enseñanza al margen de las eventuales reformas. “Para educar a un niño —dice Marina— hace falta la tribu entera”, por lo que es necesario un compromiso firme de las partes interesadas. En este empeño se inscribe la creación de la Biblioteca Universidad de Padres, destinada también a los docentes, que acaba de presentar una nueva línea editorial con la que el filósofo y ensayista pretende ilustrar su idea de que el talento puede enseñarse. En conversación con Tomás Val, Marina desmiente la imagen de la creatividad como un don innato, señala la conveniencia de transmitir herramientas técnicas y conceptuales que permitan enfrentar retos futuros o la necesidad de conciliar los derechos con el sentido del deber, en un contexto de libertad sujeto a normas morales. Uno de los dos primeros títulos de la colección —el otro se refiere a la economía— recoge el diálogo a propósito de la creatividad literaria entre el propio Marina y Álvaro Pombo, del que este último hace balance para subrayar, aunque con matices referidos a la singularidad propia de todo escritor, su convicción de que la excelencia es susceptible de ser enseñada.
En relación con un malentendido habitual que celebra la espontaneidad frente a las presuntas limitaciones del conocimiento acumulativo, Ricardo Moreno Castillo aboga por fomentar el hábito de estudio y la capacidad de trabajo, pues sin un aprendizaje serio no hay creatividad que valga ni tampoco, pese a las soflamas de los indocumentados, espíritu crítico que merezca ese nombre. Del gran legado de la Institución Libre de Enseñanza, asociada a las figuras venerables de Giner, Cossío o Jiménez Fraud, habla Andrés Soria Olmedo, que recorre los principios que fundaron en España un modo nuevo y en gran medida vigente de concebir la pedagogía, truncado por la guerra pero vivo en los herederos intelectuales de los maestros institucionistas. Otro pensador que ha dedicado varios libros a inculcar en los jóvenes los fundamentos de la ética, Fernando Savater, reflexiona sobre su experiencia en las aulas y concluye que la actitud del educador debe evitar la complacencia. No es adulando a los alumnos como se conseguirá que estos tomen conciencia de la complejidad del mundo, sino contrastando sus aspiraciones con los límites que hacen posible la convivencia en las sociedades libres.