Todavía, Cortázar
No es una novela indiscutida, pues de hecho hay lectores que no la tienen en demasiada estima o no han vuelto a acercarse a ella y también otros que, siendo devotos de Julio Cortázar, prefieren los cuentos u otras narraciones del argentino. Pero nadie puede negar que hizo época ni que su lectura marcó a toda una generación que aprendió en sus páginas un modo lúdico, desusado y radical de experimentar con la literatura. Cincuenta años después, Rayuela sigue desafiando a los lectores no acomodaticios y por ello, aunque el tiempo no ha pasado en vano, merece la pena volver a una de las novelas inaugurales del boom. Para celebrar a Cortázar, desde luego, pero también para evaluar hasta qué punto su apuesta sigue vigente.
En su esclarecedora aproximación general a la obra del autor, Julio Ortega define la novela —contranovela o antinovela— como una obra abierta que no acaba nunca de escribirse y en la que cada lector traza su propio itinerario, pondera su pensamiento libérrimo y recuerda que no en vano su primer título fue Los juegos. El mismo Ortega persigue el rastro de Cortázar en autores como Bryce, Villoro o Fresán, herederos de su dimensión humanizadora, de su gracia poética o de su gusto por el riesgo. Por otro lado, la encuesta a varios escritores actuales muestra claramente que Rayuela no es percibida, pese a su prestigio, de modo uniforme, por lo que se hace necesario deslindar el tributo a la época de lo esencial de su contribución literaria.
El aniversario de Rayuela coincide con el del mencionado boom de la literatura latinoamericana en el que se inscribe y también con la publicación de otra novela fundacional del periodo, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. El fenómeno es analizado por Inger Enkvist, que evoca la década prodigiosa de los sesenta en París o Barcelona, donde coincidieron autores como García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Cortázar o Alejo Carpentier. Al margen de la resonancia comercial de la etiqueta, la hispanista apunta los rasgos compartidos de su propuesta estética —y durante un tiempo política— o el influjo común de Rulfo, Borges o William Faulkner. De la novela de Vargas Llosa, ahora también conmemorada, destaca Jorge Eduardo Benavides el curioso historial previo a su publicación, el trasfondo autobiográfico de la historia, la complejidad de su estructura narrativa y el hecho admirable de que a pesar de su forma vanguardista logre —hoy como ayer— tocar la fibra del lector.
Decíamos París. La geografía de la ville lumière está íntimamente asociada a Rayuela y a la vida de Cortázar por esos años. Juan Manuel Bonet empieza su recorrido en la casa donde aún hoy, a sus 92 años, recibe Aurora Bernárdez, y repasa como en un collage los lugares, las músicas, las pinturas y todos los elementos que componen el imaginario parisino del escritor, inseparable de su obra narrativa. Carlos Franz, en fin, narra su reciente visita a la tumba de Cortázar en Montparnasse, convertida en lugar de peregrinación, y al hilo de la misma consigna con humor su actual distancia respecto de la novela que conquistó a los jóvenes de los sesenta, que una vez desprovista de la enojosa condición de libro de culto admitiría un acercamiento libre de peajes y solemnidades. Algo debe de tener Rayuela, en efecto, cuando tanto tiempo después nos sigue convocando. Solo lo que pasa de moda puede acceder a la eternidad.