La forja de un canalla
Me hallará la muerte
Juan Manuel de Prada
Destino
592 páginas | 22,50 euros
El amor incondicional por el cine de Juan Manuel de Prada encuentra en Me hallará la muerte un cauce perfecto para aliarse con la literatura. Imágenes poderosas y cosquilleos cinematográficos que hacen travelling por todo tipo de géneros: del policiaco al bélico pasando por el melodrama puro y el suspense maduro, arropados por el estilo torrencial de un autor que, usando un verbo que le gusta mucho, “excava” en sus personajes cercándolos con un vocabulario en permanente estado de alerta. Símiles como misiles, riesgo expresivo en cada esquina. Como muestra valen algunos botones abrochados a la narración: “Como un ángel encargado de barrer la cizaña y arrojarla al fuego”. “Empujó el cadáver al agua, como quien se libera de un fardo de pecados en el confesionario”. “El tren ya se deslizaba sobre las vías, pesaroso como una chatarra de pecados y penitencias”. “La noche era una astronomía en fuga, como espantada por un manotazo de Dios”.
Esa prosa frondosa que no admite desfallecimientos (cada línea está cincelada sin dejar resquicio al descuido) se adapta a los cambios de escenario para romper esquemas y escamas narrativos. Así, el arranque mezcla picaresca y amor desdichado con una rapidez de montaje que recuerda a las películas sombrías y fatalistas de Sam Fuller: breve e intenso planteamiento que solo encontrará un remanso de paz antes de meterse en la guerra. La azarosa llegada del protagonista a la División Azul prepara al lector para viajar al infierno de la batalla de Krasny Bor, con ecos de la épica de Los últimos de Filipinas, no por casualidad un episodio que el autor convirtió en guión nunca realizado. De Prada afila cada palabra para mostrar con toda crudeza el horror. Y, al mismo tiempo, abre brecha en él para captar, fugazmente, la trágica belleza del ataque de soldados rusos. Allí, entre ametralladoras bulímicas que escupen el plomo que tragan y montañas de cadáveres y héroes suicidas que hacen volar tanques, el protagonista encontrará “una suerte de beatitud desquiciada, y comprendió entonces que la guerra era, en efecto, el deporte más hermoso porque en ella asoma el hombre sin blandenguerías y dobleces de la civilización, el hombre desnudo y sincero que mata sin odio y muere sin duelo, con alegría de matar y alegría de morir, como en un juego de niños”.
Ese episodio bélico, que convierte a un ladronzuelo en un guerrero sin reposo, y que marcará a fuego su destino, dará paso luego a un cautiverio en manos de los rusos (imposible no recordar Traidor en el infierno o La gran ilusión) con ponzoñosa historia de pasión enfermiza y brutal entre el protagonista y Nina, una mujer que primero le humilla pero que más adelante… Hasta ahí podemos leer. Traiciones, identidades usurpadas, venganzas, besos mortales. El desahogo narrativo de Juan Manuel de Prada no da tregua. La última parte, salpicada por la corrupción generalizada en la España del general Franco, se adueña de elementos de suspense (se podría invocar el espíritu del Hitchcock de La sombra de una duda, con “tío” y sobrina incluidos) y también de melodrama en la clave sombría de un Douglas Sirk o un Fritz Lang sin hacerle ascos a convertir la música ensoñadora de Irving Berlin en mortaja de pesadillas. En su clímax inhóspito y depurador, con chantajes y venganzas en vía estrecha, Me hallará la muerte encuentra el plano exacto con el que poner fin a la forja de un canalla.