Los nuestros
Luis Harss
Alfaguara
416 páginas | 18,50 euros
A estas alturas de promoción editorial seguro que todo amante de la novela sabe que hubo un joven crítico chileno que publicó en el año 1966 un libro de entrevistas a diez escritores sudamericanos que, al transcurrir los años, se convirtió en el mejor documento del nacimiento de un fenómeno cultural que crecía tan deprisa como los acordes de los Beatles erizaban la nuca de los adolescentes de entonces. Estos evangelios del
boom latinoamericano combinaban el rigor del erudito con la ligereza de un periodista afín al sujeto con el que habla. Muchos habrá que antes de esta oportuna reedición hayan oído hablar de
Los nuestros, si es que no cazaron en una biblioteca perdida algún ejemplar original de Sudamericana. Allí descubrías desde el sonido de tu voz callada cómo hablaban, vivían y vestían, cómo se movían y por dónde, cómo escribían o qué leían, en fin, aquellos tremendos tipos que estaban reinventando el modo de narrar en castellano, dándole energía a una lengua que parecía seca o contando lo que hasta entonces no se había contado sino de una forma costumbrista o altisonante, desde un continente que se sabía a la vez ancestral y neonato: tan arcano y enterrado como lleno de vida. En el libro se sucedían encuentros con escritores que, salvo en el caso de Gabriel García Márquez, quien solo había publicado varios cuentos y
La mala hora o en el de Borges, que ya disfrutaba de su aureola mítica, acabaron siendo parte de la nómina fetén de aquel brillante y diverso
dream team literario. Reportajes y perfiles que conjugaban generosidad en los novelistas a la hora de hablar de sus influencias con la perspicacia de Harss respecto a sus personajes. La lista de nombres que este propuso mezclaba escritores ya reconocidos, como Borges, Rulfo, Miguel Ángel Asturias o João Guimarães Rosa con los incipientes Onetti, Carpentier, Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Además del entonces casi promesa Gabo, al que Harss, un influyente crítico literario, incluyó tras haber leído las primeras páginas de su inédito
Cien años de soledad. Faltaban nombres indudables como Clarice Lispector, Cabrera Infante, Donoso o Sabato. Los motivos de las inclusiones u omisiones no obedecían a intento de canon alguno, por más que el libro acabara convirtiéndose en eso. Desconocimiento de algunos excluidos o lazos de cordialidad entre los que aparecían tuvieron la culpa. El resultado fue Historia. Y uno de los mejores libros de entrevistas/ensayos hecho en castellano.
Releído hoy, Los nuestros encandila como una fotografía de Doisneau, captando tanto la eternidad como la futilidad del instante, y es posible escuchar en él a Borges decir a Cortázar gargarizar, a Asturias pavonearse, a Vargas Llosa hablar de las putas reales que alentaron La casa verde, a Rulfo admitir que escribir le provocaba úlceras. Escrito originalmente en inglés para una editorial norteamericana, el propio Harss se tradujo al español. Crecido en Argentina y siempre en tránsito de exilio, apenas un par de años después del éxito de Los nuestros Harss publicó una ambiciosa novela en la misma editorial. Se leyó poco y se la criticó con dureza o displicencia. Desencantado y herido, se recluyó en la docencia y la traducción en un pueblecito de Pennsylvania. Ahora que por fin tienes esta colección de documentales magnífica y generosamente escritos y descritos, piensas en la ironía que supone el hecho de que un hombre que posiblemente estaría hoy dentro de la foto de los mejores novelistas latinoamericanos solo será recordado por ser el que hizo la instantánea. Y la hizo bien. América tenía que contarlo. Harss estaba allí.