Tras las huellas de ‘Cántico’
El influjo del grupo cordobés no ha dejado de calar en la lírica española desde su aparición a finales de los años cuarenta. También la nueva poesía se confiesa heredera de sus valores éticos y estéticos
Fueron, según su propia enumeración, impuros, visuales e intensamente humanos. Surgieron a la sombra de una modestísima revista en una ciudad de provincias. Su voz sirvió como guía a poetas contemporáneos. Fueron, como dice Francisco Ruiz Noguera, autor de estudios fundamentales sobre Cántico y Pablo García Baena, “un ejemplo tanto estético como ético”. La huella que dejaron sobre la línea de la poesía que potencia “la palabra, los valores de la expresividad, el ritmo y la sugerencia” es innegable. Málaga, donde García Baena vivió desde mediados de los sesenta, fue el primer lugar donde se sintió el influjo sobre autores como Rafael Pérez Estrada, José Infante o María Victoria Atencia. Luego vino el reconocimiento a través de Gimferrer, Carnero o Carvajal que desembocó, en los años ochenta, en la obra de Francisco Bejarano, Ana Rossetti, Juana Castro, José Lupiáñez, Juan Lamillar o Felipe Benítez Reyes. Hoy, más de cincuenta años después —y a dos meses de la entrega a Pablo García Baena del premio Federico García Lorca— la luz de Cántico sigue alumbrando más allá de estrechos localismos. Lo hace con una intensidad variable pero persistente, en ocasiones como una influencia transversal a otros cánones poéticos.
Pero ¿qué piensan los poetas más jóvenes de Cántico? ¿Cómo confrontan su canon con los de otras manifestaciones en apariencia contradictorias como la llamada poesía de la experiencia? “La poesía de Cántico”, explica el poeta Juan Antonio Bernier, cordobés de 1976 y sobrino de Juan Bernier, “no ha dejado de iluminar a las generaciones posteriores: Novísimos, poetas de la experiencia o del silencio, órficos, y también a los más jóvenes. Creo que cada generación ha tomado lo que más le interesaba, decantándose a veces por alguno de sus poetas o alguna de sus líneas de fuerza. Comparto el amor por la belleza del mundo y del lenguaje y la exaltación vitalista. Estos principios, que ellos defendieron en una época gris, son cada día más necesarios en el momento actual”.
“Cántico está muy presente”, señala Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964). “He aprendido de ellos libertad, belleza formal, gracia en el sentido más puro de la estética, concepto ético de la poesía como vida. Son fundamentales a la hora de vivir paganismo y cristianismo con naturalidad. Valoro mucho también la conexión con el pueblo, esto es andaluz. Y el erotismo integrado en todo lo anterior”.
El escritor Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) es un declarado seguidor de Cántico, incluso desde antes de que el grupo recibiera un reconocimiento mayoritario entre los jóvenes. “La influencia ética y estética de Cántico, para muchos poetas menores de 40 años, es —porque hay que hablar en presente— haber permeabilizado nuestra tradición, asimilando poéticas diversas sin necesidad de abanderar un postulado […] Cántico representó otra manera, una alternativa a la unanimidad en torno a la poesía social: una fe total en el lenguaje, su música verbal, como manera de regenerar al hombre en su esencialidad”. El más desconocido Julio Aumente, Ricardo Molina y, en especial, García Baena son a su juicio los poetas mayores del grupo.
Erika Martínez, jienense de 1979, es reacia a conceder un influjo tan caudaloso: “La pervivencia de Cántico en la poesía actual es más bien escasa. Puede detectarse un enorme respeto literario y personal por los integrantes del grupo, pero yo diría que salvo excepciones su legado ha sido más leído que asimilado poéticamente. Por desgracia y como decía Vicente Núñez, la verdad no es fotogénica”. Sin embargo, reconoce que los poetas de Cántico “supieron hacer del culturalismo una forma de respuesta que, durante la posguerra, fraguó en una estética alternativa”.
Otro cordobés, José Luis Rey (Puente Genil, 1973), se apunta también a relativizar el peso de Cántico. “A mí solo me ha interesado siempre la poesía de García Baena. Los demás no me han influido en absoluto y los considero inferiores. Creo que es este también el que más influye en la mejor generación que hemos tenido en la segunda mitad del siglo XX, la de los Novísimos”. Y destaca el mérito sustancial de García Baena: “Aporta una búsqueda del esplendor estético, del ritmo y de la imagen, es decir, de la poesía en sí como objeto principal del poema. Con él, como quería Wallace Stevens, la poesía se convierte en el objeto del poema”.
Josefa Parra, nacida en Jerez de la Frontera en 1965, reconoce que la poesía de Cántico le llegó de forma indirecta: “Yo creo que su influencia es subterránea pero rastreable, queda una huella de esa corriente suntuosa en la poesía posterior. A mí me llegó mediatizada por los Novísimos, y agradezco esa recuperación necesaria de Guillermo Carnero”.
Juan Andrés García Román (Granada, 1979) busca en su propia experiencia el lugar de Cántico y anticipa que su opinión puede resultar “antipática”: “Yo fui a la universidad y tuve mis primeras lecturas en un ambiente en el que la poesía de la experiencia abandonaba su pujanza en manos de una potente institucionalización. No puedo decir que Cántico se distinguiese para mí de ese grupo en realidad tan heterogéneo que se dio en llamar poesía de la diferencia […]. No fue sino con el paso de los años que esos poetas, cada uno de ellos, fue adquiriendo rasgos propios, diferenciados, un estatus y una realidad estética propia y querida”.
Javier Vela (Madrid, 1981) aboga por esa influencia múltiple: “El legado de Cántico no es solo de gran valor estético, sino también, y sobre todo, eidético, porque ha logrado, de un lado, conjugar sabiamente la carnalidad retórica del lenguaje de herencia gongorina y la inmanencia materialista de la experiencia con la abstracción simbólica de temas y motivos de carácter marcadamente espiritual, de otro”.
Siendo un grupo de Córdoba, formado por cordobeses y vinculado a una revista de provincias, sorprende su universalidad. Es precisamente lo que destaca un paisano de García Baena, José Daniel García (1979): “De Cántico me llama especialmente la atención su afán cosmopolita, el empeño por dialogar con poetas extranjeros, trascendiendo los límites impuestos por la censura y el aislamiento propio de la provincia”. Porque en efecto, “constituyendo un grupo local, se abrieron a lo internacional”, como reconoce Erika Martínez.
Una transcedencia geográfica que, paradójicamente, es fiel al lugar. “La ciudad de Córdoba”, precisa Javier Vela, un madrileño que residió en la ciudad de la Mezquita, “lleva inscrita una huella de signo lírico en su mismo trazado; sus calles adoquinadas y laberínticas, su anatomía fluvial, invitan al visitante a pasear, a caminar despacio de modo antojadizo, saliéndose del tiempo progresivo para ingresar en otro que yo asocio indisputablemente al carácter de Cántico”.
Y un nombre entre todos: Pablo García Baena. “Es uno de los grandes de la poesía del siglo XX”, destaca Francisco Ruiz Noguera, “y con respecto a su poesía, creo que, más que de influencias, hay que hablar de ejemplo”. “Es un maestro en el sentido poético, cordial y vital. Para Córdoba es un lujo tenerlo entre nosotros”, destaca Pérez Azaústre. “Leer a García Baena —subraya Josefa Parra— es una experiencia altamente sensorial: uno no puede sustraerse a esa parte tangible, aromática o sabrosa de sus versos”. “Es un maestro para muchos poetas andaluces, desde María Victoria Atencia hasta Elena Medel o Antonio Portela. Ese reconocimiento es entre los poetas jóvenes de toda España mucho más amplio de lo que parece”, apunta González Iglesias.