Contra la prisa
La mala luz
Carlos Castán
Destino
232 páginas | 16, 90 euros
Carlos Castán es un escritor sin prisa. Siete títulos en quince años hablan de un autor paciente, impermeable a las presiones del mercado y, hasta la fecha, muy fiel al género del relato, con títulos memorables como Museo de la soledad o Solo de lo perdido. No obstante, últimamente parecía inclinado a dejarse tentar por la narrativa de largo aliento. En su anterior libro, Polvo en el neón, ensayó con éxito ese dificilísimo formato que es el cuento largo o la novela corta, por debajo del centenar de páginas. Por eso, cuando anunció que en otoño vería la luz su primera novela-novela, las especulaciones se dispararon. Ignoro si este juicio animará, tranquilizará o desalentará al público, pero hay que hacerlo: nos encontramos de nuevo con el Castán cuentista. El novelista —que no dudamos que llegue a aparecer algún día— aún se hace esperar. La mala luz es en realidad un relato, a lo sumo una nouvelle, que gracias al vuelo de la prosa y a su abundancia de recursos ha engordado hasta pasar por novela. Claro que una novela puede inflarse con aire, como un globo, o con clembuterol, como un animal de granja, pero no es el caso: podemos asegurar que esta obra está cebada solo con literatura. De acuerdo, el autor abusa de las enumeraciones y a veces se excede en las descripciones, pero en ambos casos la exigencia es tan alta que merece todas las indulgencias. Quienes echan de menos a un narrador de raza en las letras españolas recientes, aquí tienen sin duda a uno.
El argumento de La mala luz puede resumirse, de hecho, en muy pocas líneas: el narrador en primera persona, un personaje muy de Castán, separado, amante de los libros y propenso a la melancolía, cultiva su amistad con Jacobo, hijo de un superviviente del campo de concentración de Mauthausen, quien lleva una vida austera, asaltada con frecuencia por extraños temores. Esta relación da para muchas digresiones acerca del sentido de la vida, hasta que, bien avanzada la historia, se produce un giro hacia lo policiaco: Jacobo aparece cosido a puñaladas en su domicilio. Las pesquisas del protagonista para hallar las causas y culpables de tan violenta muerte completan la ficción, que amenaza con resbalar por momentos por los terraplenes de la inverosimilitud. Sin embargo, Castán logra llevar a buen puerto el desenlace evitando la precipitación, sorteando los atajos, dejando que sus personajes divaguen, hagan memoria, traten de conocerse a sí mismos. Quizá La mala luz funcionaría perfectamente prescindiendo de capítulos enteros, pero una vez escritos e insertos en el relato, no solo no estorban, sino que se agradecen. Las grandes cuestiones del hombre actual, la felicidad y el hastío, el miedo y la culpa, la frustración y el deseo, quedan reflejadas con terrible belleza en esta historia de mundos interiores. ¿Se puede pedir más a un relato?