El derrumbe de una vida
El bebedor
Hans Fallada
Trad. Christian Martí-Menzel
Seix Barral
352 páginas | 19,50 euros
Los pilares de una existencia firmemente anclada en la rutina y la sedante y segura cotidianidad pequeñoburguesa son endebles soportes incapaces de resistir un inesperado vendaval de infortunio. Eso es lo que nos viene a contar Hans Fallada en su intensa y fracturadora novela. Escrita durante su atroz estancia en un hospital de rehabilitación, en apenas dos frenéticas semanas de 1944, escondida de lecturas indiscretas gracias a una críptica clave que solo pudo despejarse después de la muerte del autor, la novela es un espejo de la propia vida de Rudolf Ditzen (nombre real de Fallada) y una clara representante del vanguardismo alemán, sobre todo por su marcada tendencia a explorar un universo siempre al borde mismo de un precipicio. “Estoy en el infierno”, colige en un momento dado Erwin Sommer, el comerciante abstemio, responsable y lúcido que un día descubre la engañosa liberación del alcohol y acaba en muy poco tiempo primero en la cárcel y después en un centro de rehabilitación que, en la práctica, es ese infierno del que Sommer nos da noticia pormenorizada en su historia. Si tenemos en cuenta las condiciones y el tiempo en que fue escrita, llama la atención la pulcritud de su prosa, lo descarnado de sus descripciones, el perfecto cuadro social de aquella Alemania y sobre todo la magnífica arquitectura en la que se asienta esta historia atropellada de una adicción y sus saturnales consecuencias.
El lector asiste horrorizado al inmediato desplome de la cordura, los principios y la vida entera de Sommer cuando cierta pequeña distracción en uno de sus negocios pone en peligro su empresa, arrojándolo a tal estado de desasosiego y confusión que decide tomarse una primera copa. Él, a quien el solo olor del aguardiente causaba asco profundo. Pero sus sediciosos efectos no tardan en ganarlo completamente para su huida hacia adelante y de ese primer desliz —una borrachera— pasa a otros cada vez más graves y finalmente acaba excluido por completo de la pulcra y severa sociedad donde habitaba, convertido en un deshecho en medio de otros como él. Aunque lo terrible es que el señor Sommer conserva un resto de cordura y lucidez que hace aún más terrible el infierno donde ha quedado instalado, segregado por los otros, víctima de una sanción social tan demoledora y kafkiana que resulta imposible no entender también como una alegoría de esa furia autodestructiva e irracional que contaminó a toda la sociedad alemana durante los años terribles de ascenso y caída del nazismo. No hace falta mucho para pulverizar lo que pensamos más firme y seguro, el anclaje de nuestra rutina. No hace falta apenas nada para precipitarnos a las tinieblas más profundas.
A veces solo basta una copa.