Juan Manuel de Prada
“Tengo una sintonía especial con los personajes que se mueven en los márgenes de la sociedad y de la moral”
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) ha obtenido premios prestigiosos como el Planeta, el Biblioteca Breve, el Primavera o el Nacional de Narrativa, entre otros. Su última novela, publicada por Destino, es la historia de un ladronzuelo de la posguerra que se enrola en la División Azul para huir de un crimen. En Rusia conocerá a un oficial idealista con el que comparte el parecido físico y las penurias de la guerra. Años más tarde, el protagonista, con una identidad diferente, regresa a una nueva España en la que tendrá que sobrevivir entre las sombras de su pasado y una serie de intrigas.
—Me hallará la muerte es una novela con tres géneros: el picaresco, el bélico y el género negro, aunque el eje de la trama gira en torno al doble y la suplantación.
—Son tres novelas en una y la figura del doble es un mecanismo narrativo que me permite abordar los problemas derivados de la suplantación y un tema presente en mi obra como es la naturaleza del hombre, que siempre es confusa y está asediada por el mal. Esa dificultad para deslindar dónde está el héroe y dónde el villano remite al dilema moral de si se puede alcanzar el bien a través del mal. La picaresca y el género negro son los que mejor envuelven esta pregunta.
—Esa frontera entre el bien y el mal es explorada a través de la relación entre los protagonistas, Gabriel Mendoza y Antonio Expósito, que recuerdan al doctor Jeckyll y Mr. Hyde.
—Ambos son personajes antitéticos que se reflejan el uno al otro. Lo que pasa es que cuando uno asume la identidad del otro se convierte en un hombre sin atributos, en un agujero negro que devora todo lo que se aproxima a él y no encuentra ninguna posibilidad de redención. Existe ese paralelismo con Jeckyll y Hyde en relación al cambio de identidad y a la metamorfosis que los vincula, producida por la devastadora experiencia de la batalla en el frente ruso y sus posteriores penurias durante el cautiverio.
—¿Quería usted indagar en las diferencias que existen entre un héroe convencido y un héroe accidental?
—Entre Mendoza y Antonio, a lo largo de la inhumana experiencia que viven en el campo de concentración, se produce un trasvase espiritual. Mendoza es un hombre idealista, de una nobleza desmesurada, con una exigencia casi sobrehumana hacia quienes están bajo su mando en un intento de que mantengan la dignidad a pesar de que los tratan como a perros. Esa grandeza, a pesar de que le repele, la reconoce Expósito, y entonces pasa de ser un hampón a encarnar en parte lo que defiende Mendoza, aunque en el fondo lo que intenta es sobrevivir.
—Su novela, además de la reflexión sobre la condición humana, aborda la culpa, el sufrimiento, los conflictos internos de los personajes. ¿Hay un homenaje a Dostoievski?
—Mi mundo se aproxima mucho a este gran maestro de la literatura. En Me hallará la muerte hay personajes atormentados y colocados en situaciones extremas en las que aflora el instinto de supervivencia. Están igualmente la culpa y la problemática religiosa que subyace siempre en las novelas de Dostoievski. Pero la primera parte es muy barojiana, en la tradición de los humillados y los ofendidos, y está presente Galdós en la creación de ambientes de ese Madrid castizo de la primerísima posguerra, con sus pícaros y delincuentes. Tengo una sintonía especial con los personajes que se mueven en los márgenes de la sociedad y de la moral.
—La segunda parte narra el drama de los divisionarios en el gulag. Teniendo en cuenta su cinefilia, ¿se inspiró usted en la película Embajadores en el infierno de José María Forqué?
—La película de Forqué y la novela de Luca de Tena en la que se basa, Memorias del capitán Palacios, están en el libro. Igual que leí otros que escribieron los soldados a su regreso, hoy completamente olvidados. Todos reflejaban la escalofriante experiencia que vivieron en aquellos campos donde los machacaban con un método calculado, casi de rigor industrial, extrayendo de ellos el máximo rendimiento sin que les preocupase que muriesen a miles, con compañeros que se convirtieron en sus propios carceleros y que fueron terribles. Desde la capacidad de sufrimiento que tenemos hoy, el padecimiento y la entereza de los divisionarios resulta algo inverosímil.
—¿Por qué fue silenciado oficialmente el regreso de los supervivientes de la División Azul a bordo del Semíramis en 1954?
—Cuando Alemania empezó a perder la guerra, Franco, que era muy pragmático, empezó a coquetear con los aliados. Ante los rumores de que Hitler quería convertir a Muñoz Grandes, general de la División Azul, en el nuevo caudillo, cesó a su cuñado Serrano Suñer y transformó la Falange en un negociado del régimen. Cuando los divisionarios vuelven se encuentran una España que había cambiado y un gobierno con una postura ambigua. Por un lado son víctimas del horror comunista y por otro combatientes de Hitler, y esto último los convierte en incómodos, en un lastre para la pretensión de establecer relaciones diplomáticas con los aliados. A su regreso los falangistas se sintieron prófugos del pasado, con unas vidas rotas por todo lo que habían pasado en los últimos trece años y con una tremenda sensación de desarraigo.
—Entonces Antonio Expósito accede a la respetabilidad en un ambiente de corrupción política y económica. Casi un retrato de la sociedad actual.
—Una sociedad que genera prosperidad económica conlleva siempre el fenómeno de la corrupción en todos los ámbitos, porque la proximidad del dinero nos ensucia y envilece. Antonio se encuentra una España en la que, a finales de los cincuenta, las nuevas oligarquías, bajo un disfraz de adhesión al régimen, buscan su propio provecho. Ese proceso de corrupción iba parejo a un cambio de actitudes políticas que fue más claro en la Transición, cuando se pasó del catolicismo a una sociedad laica y una gran mayoría de hijos del régimen se declararon demócratas. Es un ejemplo del fariseísmo y del meapilismo democrático del país.
—En esta tercera parte aparece un personaje femenino que trabaja como actriz en las películas de Rafael Gil. ¿Otro homenaje al cine español?
—España no era un páramo durante el franquismo, como algunos han insistido en mostrar. Al contrario, era un país barato, hospitalario, sin problemáticas sociales. Todo esto contribuía a que fuese un lugar bueno para invertir. Esos años fueron la época dorada del cine con la creación de los estudios de Samuel Bronston, el rodaje de numerosas coproducciones europeas y de directores como Forqué, Neville, Sáenz de Heredia, Ladislao Vadja, grandes maestros que desarrollaron su obra en ese periodo y después, por pueriles criterios ideológicos, fueron silenciados injustamente. En cualquier otro país medianamente civilizado Rafael Gil, que hizo un cine de una riqueza impresionante, estaría reconocido como un grandísimo director.
—A lo largo de la novela Antonio Expósito tiene relaciones con mujeres que simbolizan diferentes tipos de amor.
—Las mujeres son los personajes más positivos de la novela. Son fuertes ante un hombre débil y todas tienen muy claro cuál es su posición frente a las circunstancias que viven. Carmen es el amor limpio al que Antonio quiere salvar cuando huye y al que desea reencontrar. Nina es más una relación de mutua dependencia, que se dio mucho en los campos de concentración entre carceleros y cautivos. Y Consuelito es la nueva España, el salvoconducto a la nueva vida a la que ha accedido. Pero él tiene que mantener la simulación en la que vive y esto provoca que las destruya.
—Vuelve usted a mostrar pasión narrativa, una mirada expresionista y una rica elaboración del lenguaje. ¿Se considera un escritor atípico en el panorama literario actual?
—Vivimos una época en la que las grandes estructuras del pensamiento se están derrumbando y cada vez hay menos fe en las posibilidades de la novela como una forma de explicar el mundo. Predomina una narrativa funcional que ha dimitido de las herramientas retóricas y solo busca un lenguaje enunciativo. Esto supone la muerte de la literatura. A mí me gusta llevar la contraria y por eso apuesto por la cosmovisión de la novela. Soy un escritor barroco al que le preocupa el alma humana y que no renuncia a la elaboración estética ni a todas las posibilidades del lenguaje, que ve en el mundo un estado de crispación tortuosa sobre el que merece la pena escribir.