Las lámparas de Felisberto
La casa inundada
Felisberto Hernández
Atalanta
352 páginas | 23 euros
Del año 1974 es la edición de Lumen del relato Las hortensias, y de 1982, también en su colección Palabra menor, los cuentos de Nadie encendía las lámparas, que incluye algunos de los más memorables, como “El balcón”: la historia de un balcón enamorado que se suicida por despecho. Posteriormente, en 1990, Siruela amplió el horizonte literario a sus seguidores con la edición, felizmente parcial, de unas Narraciones incompletas que abarcan sus primeros libros, incluido el llamado Libro sin tapas (1929), nombrado así no por una licencia argumental sino porque la autoedición era tan humilde que carecía de cubiertas, estaba cosido con alambre y, si hacemos caso a Juan Carlos Onetti, usaba papel para envolver fideos.
Veintidós años después aparece esta nueva antología que toma el nombre de un relato publicado por Felisberto al final de su vida. “La casa inundada” apareció en 1960 y fue descartado de las Narraciones incompletas de Siruela a pesar de su excelencia. Para el lector español se trata, por tanto, de una aportación (relativamente) original que justifica por sí misma la edición de Atalanta, que incluye también el primerizo “El caballo perdido”, los relatos de Nadie encendía las lámparas más otros posteriores.
Es difícil describir el estilo de Felisberto pues siempre nos faltarán palabras: onírico, poético, delicado, puro… Eloy Tizón, en el excelente prólogo, habla de la experiencia de la lectura como de “sesiones de magia, de espiritismo, de lo que sea”. El propio Hernández, en su brevísima Explicación falsa de mis sueños, incluida en este libro, escribe: “No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia […]. No son dominados por una teoría de la conciencia. Eso me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa”. Piense el lector que no haya devorado aún a Felisberto en metáforas surrealistas, en argumentos de trayectoria impensable, en paisajes góticos, en objetos con conciencia, que meditan y actúan libremente.
La obra de Hernández, por si fuera poco, es una inquietante introducción a su propia biografía, en ocasiones más extraordinaria que sus cuentos. Felisberto, como dejó escrito Ida Vitale, fue “literariamente inverificable” y “biográficamente incongruente”. Fue pianista de café, pobre y enamoradizo. Le chiflaban las mujeres gordas. Se casó con cuatro. Una de ellas, la andaluza exiliada María Luisa de las Heras, se llamaba en realidad África y era una espía soviética que colaboró en el asesinato de Trotski. Su final estuvo a la altura. Enfermó de leucemia pero le dijeron que sufría un mal llamado púrpura. “Solo temo que el cuerpo se me vuelva púrpura y que no sea posible enseñarlo a las visitas”, dijo. Su cadáver se hinchó tanto que no cabía por la puerta y fue menester descolgarlo por una ventana.