Luz en las tinieblas
Crónicas de Jerusalén
Guy Delisle
Trad. María Serna Aguirre
Astiberri
336 páginas | 26 euros
Era de noche cuando Guy Delisle llegó a Jerusalén con su familia en 2009. Su mujer trabajaba como administrativa en Médicos sin Fronteras (MSF) y había sido destinada a Israel por un año. El chófer que acudió a recoger al matrimonio y sus dos hijos pequeños los saludó en árabe y en hebreo con idéntica familiaridad. Las sombras del sangriento conflicto entre los dos pueblos parecían desaparecer bajo las luces del ultramoderno aeropuerto de Ben Gurion. A la mañana siguiente, cuando la familia Delisle despertó en su piso de Beit Hanina, en Jerusalén Este, la realidad les pareció muy distinta: aceras inexistentes, carreteras con baches, basuras desbordantes, autobuses israelíes que pasaban de largo… Pronto descubrieron que Beit Hanina era Israel, pero también Cisjordania, dependiendo de con quién hablaran. Esa localización esquizofrénica fue la primera toma de contacto de lo que sería el intenso año que tenían por delante en un país donde cada paso implica un posicionamiento: el barrio donde vives, el lugar donde compras los pañales, los amigos que frecuentas, el trabajo que haces… Con una libreta en el bolsillo y a lo largo del año, el canadiense Guy Delisle recorrió Israel dibujando y tomando notas. El resultado es Crónicas de Jerusalén, que ganó este año el premio a la mejor novela gráfica en el festival de Angulema. Lejos del carácter periodístico de Palestina, del norteamericano Joe Sacco, un clásico de la novela gráfica sobre el conflicto árabe-israelí, o de la perspectiva biográfica de Metralla, de la israelí Rutu Modan, Crónicas de Jerusalén adopta el punto de vista del visitante accidental, curioso, incluso ingenuo y, quizá por ello, con una carga crítica excepcional. Delisle no milita en ningún bando del conflicto ni da explicaciones en detalle: le basta con dejar hablar a los demás y dibujar lo que ve. Ese método de trabajo, ya presente en obras previas sobre otros viajes suyos como Pyongyang, Shenzhen y Crónicas birmanas, marca su estilo y su éxito.
En Israel será Delisle quien se haga cargo de los niños mientras su mujer trabaja. Tendrá que buscar colegios, parques, supermercados, lidiar con el tráfico… Pero una vez puesta en marcha la logística doméstica, Delisle se pateará Jerusalén y viajará por el país para conocerlo. Acudirá a las universidades israelíes y palestinas, entrará en Gaza y en los violentos asentamientos de Hebrón, se apuntará a visitas organizadas por colonos y por organizaciones propalestinas, explorará los monumentos religiosos… Será testigo de la agresividad del Gobierno israelí y del espíritu crítico de los periodistas; del sufrimiento de los palestinos y del embotamiento religioso; del arriesgado trabajo de las ONG y de sus animadas fiestas… Recorrerá el muro y señalará algunos graffiti de la parte palestina, como el gigantesco CTRL-ALT-SUPR. Escuchará cómo su hijo de cinco años le pregunta qué es la guerra. Y aprenderá a banalizar el horror para poder convivir con él, igual que el chaval palestino que vendía panes de sésamo a voz en grito bajo una lluvia de piedras y bombas lacrimógenas en un paso fronterizo.
Irónica y precisa, Crónicas de Jerusalén es especialmente divertida cuando describe la puesta en práctica literal de la Biblia. Hay escenas inolvidables, como la celebración de la festividad de Purim en Mea Shearim, el barrio ultraortodoxo de Jerusalén, donde esa noche el mundo se vuelve del revés y los rabinos andan borrachos como cubas y los niños fuman. “Gracias, Dios mío, por haberme hecho ateo”, declara Delisle, inmerso en su intento de comprender el país. El humor, esa extraña luz en las tinieblas.