Un balance del ‘boom’
¿Sobrevivirá la literatura de aquel tiempo efervescente? ¿Se hablará de ella cuando cumpla cien años? Más allá de las operaciones promocionales, lo cierto es que nos dejó obras incontestables
La historia del boom recoge diez años de enorme creatividad en la novelística latinoamericana. Se suelen señalar como centrales los años entre 1962 y 1972, desde el premio Biblioteca Breve otorgado a La ciudad y los perros y la aparición de Rayuela, con la que Cortázar echó abajo las formas usuales de la novela para crear una antinovela sobre la búsqueda y que en un principio no fue muy bien entendida por sus compañeros, hasta el caso Padilla que causó la disolución del grupo, dividido en su actitud frente al desarrollo en Cuba. El boom empezó en París, en la década de los sesenta, con un grupo de escritores latinoamericanos de diferentes países atraídos por la fama artística de la ciudad. Allí se conocieron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Alejo Carpentier, por solo mencionar a los más célebres. Se veían en la radio francesa produciendo programas en español, en la Unesco como traductores y en los mítines, apoyando a la revolución cubana. Al final de la década, varios de ellos se instalaron en Barcelona porque esta capital les ofrecía el atractivo de una ciudad hispanohablante, con una intensa vida cultural y editorial y la posibilidad de escapar de los efectos negativos de su reciente fama. No fue casualidad que se reunieran en Barcelona, donde Carlos Barral había creado el premio Biblioteca Breve, que daría a conocer a todos los que serían después los grandes nombres del boom, y Carmen Balcells había introducido, en las letras hispánicas, la figura del agente literario. Enérgica y eficaz, logró negociar contratos que permitieron a sus autores escribir a tiempo completo, una novedad en la literatura latinoamericana. También vio la importancia de vender los derechos de traducción, con lo cual los escritores pudieron conquistar a un público internacional.
Se ha ironizado sobre el nombre boom por considerarlo una marca comercial, pero más importante es preguntarse si está justificado catalogar juntos a los escritores en cuestión. Para algunos críticos, el boom es algo caribeño, garciamarquiano, y se caracteriza por el realismo mágico. Para otros, el boom es la novela del dictador. Para mí, lo que tienen en común es un lenguaje sofisticado, una atención minuciosa a la estructura del relato y, en el contenido, un gusto por lo premoderno y lo irracional. La minuciosa atención al lenguaje podría estar relacionada con la presencia viva de la poesía en la tradición latinoamericana. Sabemos que García Márquez leyó de adolescente a Rubén Darío y a los poetas del Siglo de Oro, y su prosa es una yuxtaposición poética de elementos deslumbrantes. En La casa verde de Vargas Llosa también se notan las reverberaciones de Darío y de Huidobro. Ha contado Vargas Llosa que, durante la campaña presidencial de hace veinte años, se dio cada mañana un baño de poesía, y sobre todo de Góngora, para contrarrestar el tedio y la superficialidad del resto del día. En cuanto a la estructura de los textos novelísticos, son evidentes las huellas de la tradición latinoamericana del cuento como una de las explicaciones de la rápida adopción de la técnica de contar a través de fragmentos que el lector tiene que combinar en su mente. Cien años de soledad es una serie de relatos bastante autónomos, lo mismo que La casa verde y La muerte de Artemio Cruz. La tradición del cuento y el auge del cine ayudaron a la novelística latinoamericana a modernizarse y a dejar atrás el relato cronológico tradicional.
En cuanto al contenido, además de la novela del dictador, lo más famoso del boom es el realismo mágico. En García Márquez, la magia consiste en que los objetos han adquirido cualidades inusuales y los personajes profesan creencias que se podrían llamar premodernas, lo cual no sorprende ya que el comienzo de Cien años de soledad se sitúa alrededor de 1830. En cambio, en Cortázar, lo fantástico pertenece más a lo irracional que a lo premoderno. Conocemos el interés del autor por la filosofía zen y por la paradoja. Esto explica que, con sus textos, tengamos la impresión de entenderlo casi todo pero que algo se nos escapa, y la razón podría ser que se nos oculta una información esencial. Además, se nota también en la novela del boom una predilección romántica por el personaje fracasado. Nadie como Onetti ha reivindicado la dignidad del perdedor, presentado como víctima de una sociedad corrupta. Podemos pensar también en el coronel de García Márquez que no recibe cartas. En la novela del boom, se observa esta notable presencia de antihéroes solitarios y autodestructivos que huyen a través de la imaginación, del alcohol o del sexo. Vargas Llosa dice en su ensayo sobre Onetti que ve como un rasgo latinoamericano preferir vivir en la irrealidad antes que luchar por mejorar lo real.
Se dice que una generación de escritores “elige” a sus predecesores, y los escritores del boom eligieron a Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y William Faulkner. Faulkner está presente en casi todo lo escrito por los autores del boom, e inspiró la creación de localidades ficticias como Comala en la obra de Rulfo y Macondo en la de García Márquez. Igualmente describió a personajes que no esperan nada del futuro, exploró los vasos comunicantes y también el uso literario de misterios nunca explicados. Rulfo habría podido ser un escritor del boom, pero era más cuentista que novelista, no era escritor a tiempo completo y escribió sobre la violencia desde una perspectiva existencial más que desde una perspectiva política. Y Borges, además de no adentrarse nunca en la novela, no compartió nunca los entusiasmos políticos de los escritores del boom.
Fuera de este fenómeno literario quedaron poetas como Octavio Paz y aquellos escritores que sobre todo eran cuentistas. Además, el boom no era únicamente un fenómeno de calidad literaria sino también de amistad personal y de ideas políticas compartidas. De hecho, algunos comentaristas han hablado de mafia o de clique. Esta explosión de talento dio una nueva visibilidad a la literatura latinoamericana pero, al mismo tiempo, provocó que algunos escritores muy buenos tuviesen la mala suerte de ser comparados con otros que eran excelentes. No hay que olvidar que la década del boom contó con escritores de teórico segundo plano pero también muy buenos, como Jorge Edwards, al que hoy se lee sobre todo por su relato autobiográfico Persona non grata; o Guillermo Cabrera Infante, de un talento verbal desbordante, incansable, pero de cuya obra principal, Tres tristes tigres, apenas se habla; o Julio Ramón Ribeyro, que estuvo muchos años en París y trabajó en la Unesco, pero que por ser más cuentista que novelista no llegó a atraer la atención del público fuera del Perú. Los escritores que no lograron entrar en el círculo de los elegidos compartían quizá la actitud algo recelosa de José Donoso, expresada en su Historia personal del boom (1972), relato que hoy se lee más que sus novelas, caracterizadas por un realismo grotesco y fantasioso que explora el tema de la locura. Con los años, la tendencia de la crítica literaria no ha sido la de abrir el concepto del boom a más nombres sino, al revés, de restringirlo. El libro de Ángel Esteban y Ana Gallego, De Gabo a Mario (2009), explica que ambos son los valores fuertes del boom, los que nunca se pueden omitir.
¿Sobrevivirá el boom? ¿Se hablará de él cuando cumpla cien años? Apuesto a que sí. La literatura latinoamericana anterior a este fenómeno se lee ahora por razones históricas como predecesora del boom, mientras que la literatura del postboom aparece en comparación como una literatura light, una literatura que se vende y se lee, pero que no se admira tanto.
Inger Enkvist es catedrática de Literatura Hispánica en la Universidad de Lund, Suecia.