Una novela controvertida
Medio siglo después de su publicación, ‘Rayuela’ sigue dando que hablar, aunque las opiniones de los lectores consultados no son ni mucho menos unánimes
Ha envejecido Rayuela? Muchos piensan que sí, por contraposición con los cuentos de Cortázar sobre cuyo extraordinario valor apenas se plantean objeciones. MERCURIO pregunta a una serie de escritores actuales por la vigencia de una obra que fue venerada en su momento y hoy es objeto de controversia, aunque pocos niegan que contiene pasajes emocionantes y perdurables, en bastantes casos vinculados a las vivencias de la propia juventud.
José Manuel Caballero Bonald
“Fui un lector deficiente de Rayuela. Por alguna razón —creo que por un despiadado cambio de domicilio— tuve que interrumpir esa lectura durante algún tiempo. Cuando volví a recuperarla, ya nada funcionó con normalidad. Empecé por releer lo ya leído, lo que tampoco fue una buena idea. Me quedó como la sensación de haber estado sondeando en las mismas franjas narrativas para encontrar los mismos artificios. Tardé bastante en apreciar la calidad del lenguaje literario de Cortázar, que es de lo único que hoy me importa acordarme”.
Félix de Azúa
“La invitación me ha servido para volver sobre el viejo ejemplar de la primera edición y constatar que lo leí hace cincuenta años. El ladrillo de color negro ha aguantado a pesar de la mala calidad del papel, de la encuadernación, de la cubierta, siguen sin desfallecer sus 635 páginas. Al hojearlo he ido a dar, como por casualidad, a la página 509 y allí he releído el discurso de Etienne sobre Morelli que viene a ser el fundamento ideológico de la novela. Es pura charlatanería francesa. Ese libro está tan datado como el Madison. Creo que es imposible leerlo hoy día. Y sin embargo, ¡cómo nos entusiasmó hace medio siglo! Lo que nos confirma que en materia de arte solo hay un autor: el Tiempo. Y cambia de estilo, convicciones, gusto y preferencias, constantemente”.
Nuria Barrios
“Leí Rayuela con 20 años. Leí muchos libros con 20 años, de filosofía y de literatura, pero no recuerdo que ninguno me causara una impresión semejante. Aquella novela, que se ofrecía al lector como un juego, parecía un ser vivo. Olía a ropa mojada y a tabaco y a río y a sábanas sin lavar y a café y a vino y a gatos… Tenía nombres que entraron en mi vida para quedarse: Oliveira, la Maga, Rocamadour… Y voces que quedaron para siempre unidas a la novela: la de Bessie Smith, cantando Empty Bed Blues, y sobre todo la del propio Cortázar, a quien escuché años más tarde en una grabación leyendo el libro. ¡Qué guapo era Cortázar! Tan largo que no parecía tener inicio ni final, igual que Rayuela. Qué bueno que fuera él quien me descubriera que la literatura es un juego, que solo merece la pena cuando uno se la juega”.
Pablo de Santis
“Rayuela nunca me gustó: es uno de esos libros que juntan polvo en la biblioteca como monumentos a la juventud perdida. Los cuentos de Cortázar, en cambio, los vuelvo a leer siempre: “Continuidad de los parques”, “Casa tomada”, “Circe” y, sobre todo, “Las puertas del cielo”, ese extraño relato de fantasmas. En sus peores libros, Cortázar parece rodeado de lectores adictos; en sus mejores páginas, su soledad es perfecta”.
Felipe Benítez Reyes
“Mi recuerdo de Rayuela se basa en una asociación caprichosa: un tocho que adornaba —junto a la lucerna con la varilla de sándalo, junto al tiesto de cerámica marroquí, junto a la maquinilla de liar canutos— las estanterías artesanales de muchos pisos de estudiantes y de nostálgicos del flower power. Hace muchos años de eso. La gente hablaba bastante, quizá un tanto ingenuamente, de ese libro ingenuo. Cada época tiene sus fetiches. Cada época va convirtiendo los antiguos fetiches en arqueología”.
Pablo Aranda
“Tenía catorce años y aún no había que decantarse por Vargas Llosa o por García Márquez, aún no había descubierto al que tal vez fuera el más grande de todos, Onetti (con permiso de las primeras novelas de Vargas Llosa), y llevaba meses escuchando sobre una novela desordenada, Rayuela, de Cortázar, a cuyos cuentos acabo volviendo cada dos años. De la época hoy elijo el recuerdo dramático de la espinilla que puntual acudía a mi nariz cada viernes, de la novela recuerdo a la Maga (aquella carta a su hijo ¿muerto?) y un capítulo fantástico en el que un hombre extiende un tablón para poder entrar a la ventana de otro apartamento. No sé si volveré a Rayuela, siempre me quedan los cuentos, que sé que resisten, y de qué manera”.
Ángeles Caso
“Llegué a Rayuela tarde, cuando ya había leído buena parte de la obra de Cortázar y me había enamorado de ella. Llegué emocionada, sabiendo que me estaba haciendo a mí misma un regalo, uno de esos presentes que a veces me ofrezco en forma de libro aún no leído y sin embargo deseado. Y lo terminé emocionada y, al mismo tiempo, confusa: muchas de sus páginas habían pasado sobre mí, apenas rozándome, ajenas a mi mente. Pero otras —ay, ese capítulo 7, ese “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…”— entraron dentro de mí y me hicieron temblar. Y cuando una sola página de un libro, una sola frase, me hace temblar, lo amo ya para siempre”.
Fernando Iwasaki
“Rayuela es una novela memorable donde los protagonistas son el lector y la lectura, así como los infinitos juegos y jugadas que atesora. Muchos Famas que de jóvenes se creían Cronopios, han envejecido mal y ahora se les atraganta. Ellos no soportan reconocerse en Oliveira y ellas reniegan ahora de La Maga. Rayuela es maravillosa para la juventud de los Cronopios, aunque mortal para la menopausia de los Famas”.
Rodrigo Fresán
“Sigo leyendo y releyendo a Cortázar. Pero nunca jugué con Rayuela. Y no es que no lo haya intentado. Pero nunca he podido pasar de su célebre primera línea. Eso de “¿Encontraría a la Maga?”. Parece que no. Que no voy a encontrarla nunca. Desde mi primera aproximación y a lo largo de los años, Rayuela se me escapa o yo me escapo de Rayuela. Y llegó el momento en que lo acepté casi como una orden, como parte del reglamento del juego: yo NO tenía que leer Rayuela. La novela es considerada una de las piedras fundamentales del llamado boom de la literatura latinoamericana, pero yo no estoy tan seguro. Rayuela es más bang que boom. Una unidad autónoma. Déjenla jugar sola”.
Antonio Orejudo
“Lo mío con Rayuela fue como beber tequila en México o comer paella en Valencia: la leí en un ejemplar que me regaló una amiga argentina allá por 1980, cuando Rayuela era todavía, más que un libro de ficción, un manual de costumbres, una forma de vida de la que yo me burlé 15 años después en mi primera novela. Recuerdo haberla leído por primera vez con cierto placer y haberla releído luego irritado por el insoportable comportamiento del personaje Horacio Oliveira, pero al mismo tiempo admirado de cómo su estructura estaba pidiendo a gritos, o anticipando, la nueva manera de leer que nos ha traído internet”.
Manuel Borrás
“Rayuela, a mi entender, no solo ocupa un lugar principal en el ámbito de la prosa en español de la segunda mitad del siglo pasado, sino que es una de las novelas que atesora más poesía por página que cualquier otra de sus coetáneas. Ese fue uno de los aspectos que más me fascinó cuando felizmente la leí por primera vez y sigue admirándome hoy día. Sin duda, en Cortázar había un estupendo poeta agazapado”.
Alonso Cueto
“Me parece que la propuesta de Rayuela ha envejecido, no así muchos de sus fragmentos. La concepción de capítulos alternativos, intercambiables parece hoy obsoleta y falsa. Esa concepción llamaba demasiado la atención precisamente sobre la estructura de la historia y le quitaba a la lectura la ilusión de lo real. En su propuesta, Rayuela quiso romper esquemas y por lo tanto pasó de moda. En cambio, algunos pasajes como el de Berthe Trepat o la carta a Rocamadour todavía pueden leerse con la misma emoción original. Es en los cuentos de formas clásicas, bajo la inspiración de Poe, que no buscaban romper ningún molde, donde sobrevive el gran Cortázar”.
Luis Alberto de Cuenca
“Leí Rayuela en un ejemplar de la quinta edición (Buenos Aires, Sudamericana, julio de 1967), cuatro años posterior a la princeps. Perdí ese ejemplar, que se fue al cielo con Rita Macau, y lo sustituí por otro de la octava edición (junio de 1968). Lo que nunca he perdido es la gloriosa sensación que tuve al enfrentarme de manera ortodoxa, siguiendo las instrucciones del “Tablero de dirección” que aparecía en la página 7, a la lectura de una novela que por aquel entonces, cuando yo andaba por los dieciséis años, se me antojó única, irrepetible, insuperable. Es curioso, pero siempre me ha dado miedo volver a Rayuela a partir de entonces. Asocio su lectura a una época tan determinada que me da repelús recorrer de nuevo, cuando esa época queda tan lejana, las páginas de un libro que me gustó tantísimo. Hoy, cincuenta años después de su primera aparición, las andanzas de Oliveira y la Maga, de Traveler y de Talita, siguen vivas en mi memoria, pero definitivamente ancladas en la remota adolescencia, a la manera de un signum temporis de recuperación imposible”.