La forja de un rebelde
El anarquista que se llamaba como yo
Pablo Martín Sánchez
Acantilado
614 páginas | 26 euros
Ha tenido la ocurrencia Pablo Martín Sánchez de aludir en el título de El anarquista que se llamaba como yo a su propio nombre, el mismo, casualidades de la vida, de quien protagoniza la novela. Ha caído en la tentación de cultivar ese reciente juego que la jerga teórica llama autoficción y al que tan buen jugo sacan Javier Cercas o Manuel Vilas. Frente a ambos, que se implican de forma estrecha en la narración, los vínculos de Martín Sánchez con su relato van solo un poquito más allá de la coincidencia onomástica y así el rasgo posmodernista resulta bastante gratuito, además de sorprendente en un libro de configuración convencional. Allá el autor con tal tributo a la moda que si merece disculpas es en gracia a tratarse de una de las mejores novelas españolas de narradores nuevos que he leído en mucho tiempo. Lo digo así de claro para contrarrestar el efecto disuasorio de la reserva anterior.
El Pablo Martín Sánchez de la ficción es una persona de base real, con su modesto espacio en la historiografía. También en la literatura, pues Pío Baroja ya se refirió en 1932 a él en La familia de Errotacho. Fue un tipógrafo anarquista condenado a muerte en 1924 por haber participado en la invasión de España por Vera de Bidasoa con el propósito de sumarse a un quimérico movimiento revolucionario nacional contra la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera. Los detalles de este episodio, su gestación en círculos parisinos con apoyo de intelectuales españoles exilados como el agitador Blasco Ibáñez, su caótico desarrollo, la muerte de dos guardias civiles, la detención de muchos anarquistas y la condena a muerte y ejecución en un juicio sin garantías de cuatro, entre ellos el protagonista, ocupan parte sustancial de la novela. Pero esta se remonta al hilo de la biografía de Martín Sánchez hasta el siglo anterior y reconstruye el ambiente social y político de la época con particular atención hacia el movimiento libertario y los diversos atentados que marcaron aquellos convulsos años. El autor construye, por tanto, un relato histórico bastante clásico, de aire galdosiano, en el que inserta la biografía del joven idealista que lo protagoniza con muy buenas artes.
La fortuna en el acoplamiento de lo particular y lo colectivo es uno de los méritos de la novela. Lo histórico, siendo denso, tiene la plasticidad de lo evocado con un buen criterio de selección y recreado con auténtica imaginación novelesca. Pequeños detalles ambientales dan vida a un fresco global convincente. Nunca se abusa de ellos ni se cae es el falso folclorismo costumbrista. Numerosos personajes secundarios animan el retrato, algunos con un alto grado de invidualización. Historias de amor, idealidad, amistad, penurias y desaliento proporcionan una sabrosa materia anecdótica. La parte del león se la lleva, como es lógico, Martín Sánchez, de quien se hace una semblanza muy completa y se crea, sobre su base histórica de grandes trazos, un ser vivo y complejo. Cómo ese chico sensible y de firmes convicciones fue a dar al garrote vil constituye la trama subterránea que encadena las peripecias. La serie de vicisitudes que determinan la forja de un rebelde enhebran el hilo temático. Este personaje enterizo conmueve y su vida, de horroroso desenlace, contiene un alegato social y político escrito con vigor y sin fáciles recursos maniqueos ni propagandísticos. La novela tiene la gran virtud de ganar en interés a medida que avanza hasta producir una lectura absorbente y sin reposo a la que contribuye la eficaz alternancia temporal de los sucesos. La recomiendo con entusiasmo.