Las armonías del laberinto
Diccionario de música, mitología, magia y religión
Ramón Andrés
Acantilado
59 euros | 1.776 páginas
Hay una categoría casi secreta de libros enciclopédicos que más allá de la consulta concreta invitan a una lectura y un aprendizaje en cierto modo infinito, volúmenes que tienen la cualidad de un laberinto en el que el lector ha de internarse como si cumpliera un rito de iniciación. Son libros insólitos que se pueden leer de por lo menos dos formas: recorriendo (o fatigando, como diría Borges) sus páginas alfabéticamente, como si se tratara de un relato épico fragmentario o, menos obsesivamente, dejándose llevar por la apertura azarosa de las páginas, saltando de una entrada a otra, aceptando la sugerencia de los enlaces, pasando las hojas o desplazando los ojos (hojeando unas veces, ojeando otras). A esta categoría pertenecen enciclopedias o diccionarios (por citar solo españoles) como el Tesoro de Covarrubias o el tratado de botánica medicinal de Pío Font Quer, El Dioscórides renovado. Hay más, por supuesto. Si como sugería el propio Borges cada enciclopedia es una tentativa de abarcar y, sobre todo, de ordenar un universo, cada uno de estos libros equivale a una forma de explicar el mundo mediante ciertas concordancias temáticas.
El extraordinario Diccionario de música, mitología, magia y religión de Ramón Andrés (Pamplona, 1955) pertenece a esta clase de libros inagotables, fruto de un esfuerzo y unos conocimientos gigantescos que solo están al alcance de un individuo aislado. Para ello hay que ser muchas cosas a la vez: musicólogo, erudito, escritor sensible, ensayista y poeta. Es decir, hay que ser Ramón Andrés y haber escrito antes, entre otros libros, El oyente infinito. Reflexiones y sentencias sobre música (2007), Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (2005) o No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010). El autor navarro ha logrado, armado de tales cualidades y a lo largo de 1.776 páginas, el magno propósito de exponer en un denso diccionario las secretas alianzas que unen a los dioses y las diversas mitologías (la hindú, la griega, la céltica o la escandinava) con la antropología, el pensamiento sagrado, el esoterismo y, finalmente, como anclaje común, la música. El resultado es un fascinante y larguísimo viaje por las correlaciones misteriosas, las analogías y contrastes que unen conceptos tan variados como ‘cordero’, que acaba confluyendo en el Agnus Dei de Desprez o Dufay y en los oratorios y misas de Bach o Zelenka; ‘mano’, que se vincula a la quiromancia o al arte de tañer y desemboca después de muchos meandros en la “sabio mano gobernada” de la “Oda a Salinas” de fray Luis; ‘ruiseñor’, que parte de los tratados sobre animales de Aristóteles y Claudio Eliano y nos conduce a los saturnales versos de Keats en la “Ode to a Nightingale”, o ‘melancolía’, la afección moral causada por la mezcla de humores que inspiró las composiciones de Tobias Hume, Gibbon y, por supuesto, del “infeliz inglés” John Dowland (semper Dowland, semper dolens).
Como cualquier comentarista entusiasta del Diccionario de Ramón Andrés, quien escribe estas líneas tiene la tentación de seguir buceando y dar fe de otros hallazgos que puedan sugerir al lector el festejo que supone su lectura. La labor, sin embargo, por afanosa que sea, está condenada al fracaso, pues será solo una pálida transparencia de los placeres que aguardan en el libro. Es el lector, ahora, quien debe continuar a solas por las sendas de este luminoso y espeso laberinto.