Arte de la lectura
El sueño del Rey Rojo
Alberto Manguel
Trad. Juan Tovar Elías
Alianza
No fue Alberto Manguel el único lector que hizo de intermediario para el anciano Borges en la noche de su ceguera, pero parece claro que aquel episodio de adolescencia —el joven lazarillo no tenía ni veinte años— marcó para siempre a un escritor que ha dedicado desde entonces centenares de páginas valiosas al hecho mismo de la lectura. De igual modo que su maestro, Manguel tuvo una formación autodidacta y apenas pisó la Universidad, lo que no le ha impedido convertirse en un formidable erudito que sabe transmitir su lección sin servirse de jergas abstrusas, lejos de los resabios académicos o la oscuridad gratuita. De Borges heredó asimismo la pasión por las bibliotecas o por las enciclopedias y no pocas de sus predilecciones estéticas, aunque al contrario que aquel, famosamente bilingüe, Manguel eligió el inglés como lengua literaria.
Libros como su Guía de lugares imaginarios (1980), escrito en compañía de Gianni Guadalupi, o Una historia de la lectura (1996), ambos disponibles en hermosas ediciones ilustradas, son referencias inexcusables para los amantes de la literatura o de la historia de la literatura, pero la obra de Manguel contiene otros muchos títulos dedicados a glosar a sus autores preferidos. Las “lecturas y relecturas” reunidas en su última entrega, El sueño del Rey Rojo, donde se incluyen varios artículos de En el bosque del espejo (1998), versan sobre algunas de sus devociones conocidas y mezclan, como otras veces, el ensayismo y la crítica con ocasionales incursiones en la autobiografía, que para Manguel es indisociable de los libros. Borges, por supuesto, pero también Homero, Dante, Cervantes o Lewis Carroll. Con el imaginario de Alicia como elemento vertebrador, presente no solo en el título sino en las citas que abren los diferentes capítulos, Manguel trata sobre todo de literatura, pero también deja constancia de su itinerario vital, se define como “anarquista moderado”, elogia el libro impreso o polemiza con Vargas Llosa a propósito de los juicios a la dictadura argentina.
La lectura es “la más humana de las actividades creadoras”, dado que leer no es un hábito meramente pasivo ni el lector permanece igual en el tiempo —“nadie se sumerge dos veces en el mismo libro”— ni su disposición equivale a recibir sin más una información codificada. “Considero que somos, en esencia, animales lectores y que el arte de la lectura, en su sentido más amplio, nos define como especie”, pero la literatura se mueve en unas coordenadas históricas y a ellas Manguel vuelve a menudo, para contextualizar las obras y también el modo como fueron leídas a lo largo del tiempo o dejaron su rastro en el propio ensayista. La imagen tan querida por Borges del universo como una vasta biblioteca o la convicción de que “la palabra impresa le da coherencia al mundo” son invocadas como argumentos para sostener que la lectura, más allá de su prestigio menguante, es o puede ser una razón de vida.
Habrá quienes piensen que Manguel se acoge a autores demasiado canónicos, pese a defender con buenas razones la libre elección de cada cual a la hora de conformar sus gustos, o que su entusiasmo sigue un rumbo en exceso previsible, por moverse casi siempre en el terreno de lo universalmente celebrado, pero nadie puede negarle las dotes de persuasión, la claridad de juicio, la elegancia de un discurso incitador que jamás condesciende al solipsismo. Puede que no sea tan brillante como Borges, pero se muestra más interesado por los problemas de la vida real y su ensayismo tiene la misma admirable capacidad de inculcar la fe en la gran literatura.