Las huellas de la mirada
Donde la eternidad envejece
César Antonio Molina
Destino
344 páginas | 23, 90 euros
Donde la eternidad envejece, el quinto libro de las memorias de ficción con las que César Antonio Molina continúa explorando esa mezcla perfecta que componen el viaje y las lecturas, nos lleva a recorrer el mundo. No un mundo geográfico, meramente físico en el que el tiempo transcurre de manera inexorable hacia un destino desconocido. César Antonio Molina hace bueno aquel verso de Quevedo —“y escucho con mis ojos a los muertos”— y ofrece un viaje por la cultura, un recorrido impagable por diversos escenarios de los yacimientos que la componen, acompañado de los más exclusivos guías que pudiéramos imaginar: Horacio, Arendt, Block, Yourcenar, Ungaretti, Rilke, Wilde… Cada uno de ellos simboliza un itinerario por lo mejor que el ser humano ha logrado hacer en los últimos cinco mil años y cuyos frutos han logrado asentarse en las piedras, en la cadencia de los versos, en los fotogramas de Fellini, en la tristeza de la saqueada biblioteca de Sarajevo. Todavía —no sabemos por cuánto tiempo— Séneca vive cerca del Coliseo y es posible encontrarse a Kavafis en las calles de Alejandría, mientras nos cruzamos también con Durrell, o contemplar el mismo mar que, en la isla de Capri, inspiró a Pablo Neruda. Los libros, los pensamientos, las miradas de estos grandes nombres, enriquecen nuestra visión y se convierten en una magnífica excusa para que reflexionemos acerca de nosotros mismos.
El mundo es una biblioteca, al modo borgiano, y estas hermosas páginas celebran esa circunstancia a la vez que nos alertan del inmenso peligro de dejar caer en el olvido la hermosa herencia de la que disfrutamos. Podría parecer que, en ocasiones, César Antonio Molina se impregna de esa melancolía inevitable que envuelve a todo viajero. La ruina siempre ha estado muy presente en su poesía, pero da la impresión de que, en esa conversación constante que hay en estas páginas entre pasado y presente, Molina no extrae una conclusión clara de hacia dónde nos conduce el tiempo. “La esfinge teme al tiempo y el tiempo teme a la esfinge”, nos recuerda el refrán egipcio que ha dado título a este libro. La tristeza que a veces desborda es consecuencia del temor a la falta de cultura que el escritor percibe a su alrededor, en las generaciones más jóvenes, y que bien puede llevarnos un día a pasear solos —completamente solos, sin ecos en la memoria— por los paisajes recorridos.
No sería mala idea echar este libro a la maleta si un día nos decidiéramos a llevar una vida giróvaga. Mientras tanto, también es una magnífica opción sentarnos en su compañía a disfrutar de las reflexiones de este poeta, aprender que el tiempo no es nada en sí mismo y entrar en conversación con aquellos que, con sus obras, vistieron a la esfinge de eternidad.