La mirada del alma
Tiempo de inocencia
Carme Riera
Alfaguara
256 páginas | 19 euros
¿Acaso no inventamos la literatura para escribir sobre cuanto hemos perdido? Riera se acerca al agujero de la cerradura de la puerta del alma, y mira en su interior, consciente de que “el alma de las personas consiste en su memoria”. Tiene claro que “no quiere enmendarle la plana a la niña que fui”, y aunque “nuestra niñez no fue demasiado feliz, por lo menos la mía”, le gustaría “volver a ser niña”. Ser niña en aquella Mallorca de los años cincuenta que en nada se parece a la de hoy en día. El libro absolutamente libre de Riera es un inventario de extrañezas y hallazgos, de encuentros y desencuentros. Dulce como cerezas enlazadas. Amargo como lágrimas ocultas. Tan real como los sueños de volar. “El futuro no es nuestro, nuestros son únicamente los años y los días que hemos dejado atrás”. Claro, y por eso se nutren de esa sensación de pérdida (la primera) de un paraíso privado: su infancia era un paisaje de olores y de sonidos desaparecidos para siempre.
Un mundo poblado de rostros. De rastros. “Mi madre era muy guapa. Yo, por el contrario, fea y muy parecida a mi padre”. Su padre llevaba bigote: por eso su hija odia los bigotes. La niñez está llena de claves de la vida adulta. Claves y sonrisas enmarcadas. Risas de agua. La mano del padre que protege. Y las memorias ajenas habitadas por amores frustrados. El tiempo nos toma el pelo. El tiempo lo manda todo a pique. Naufragios, y también escenas que navegan por el placer de los demás: aquellas orquestas de cruceros tocando un vals mientras los camareros de charol servían cócteles multicolores. La memoria del escritor siempre está escribiendo páginas del futuro.
Y cuántos sueños. Despierta y dormida. Por ejemplo, que a la casa sobre el acantilado le brotara una escalera para llegar a la orilla. Tocar las olas. Un sueño eterno. O poder volar: tocar el cielo… Escribir es hereditario y Riera lo lleva en el ADN, como lleva las historias del hombrecillo del sueño con un saco de arena que la ayuda a dormir grano a grano, latido a latido.
Sabores, olores, sensaciones: dicen que quien ha tenido frío de pequeño tendrá frío toda la vida. “Por eso sigo teniendo frío”. Sabañones en la memoria, y miedos recalcitrantes: a las tormentas. Palabras prohibidas que suenan por primera vez (“democracia”), monjas fantasmas, relojes iniciáticos en la muñeca y muñecas Gisela.
La princesa está triste, sí. Cuentos llenos de palabras con alas que le permitían volar. Bibliotecas cerradas con llave que abrían la puerta a la necesidad de entrar en ellas, abrazos a olivos de ramas dulces, tiempos felices de junio con días largos, la ropa ligera y el vivir a placer. Sueños de ser ángel, ángel travieso que “pinta” una pared tirándole huevos o finge cojeras. Y los tambores de la memoria invitan a entrar en la gran memoria Ram, mientras suenan voces seductoras que entran en el túnel de la literatura que embruja, esa mezcla de emoción, magia y simulacro que la mirada del alma de Carme Riera observa en su escalera hacia el cielo que toca las olas.