Magnificar lo pequeño
Casi amor
Ugo Cornia
Trad. F. de Julio Carrobles
Periférica
176 páginas | 16,50 euros
Conocimos la voz de Ugo Cornia en Sobre la felicidad a ultranza, un texto publicado también por Periférica que, desde su título, transmitía una mezcla de entusiasmo vital y tratado filosófico. Naturaleza encauzada por las reglas del arte. Serenidad cómica —distancia camuflada de proximidad— en la expresión del sentimiento. Al margen de la histeria o la autocompasión. Allí se hablaba de la vida y la muerte, de la luz de vida que se escapa entre los dedos de la muerte, y se proponía una de esas reinterpretaciones del humorismo autobiográfico, como el de Fellini en Amarcord, que nos obligan a ir del texto al retrato del autor y del retrato, otra vez, al texto. Pensamos, tal vez equivocadamente, que oímos a Ugo Cornia hablar desde sus párrafos, que lo conocemos y que en la simplicidad residen las cosas más profundas de la existencia.
Estas sensaciones se repiten al leer Casi amor. El autor-narrador-personaje recorre su historia sentimental como si cada experiencia fuese una iluminación que, en su reverso malicioso, puede interpretarse como un caerse del guindo que provoca la sonrisa. Cornia construye un mundo de epifanías donde la introspección psicológica, tan utilizada en los géneros sentimentales, importa poco frente al desencanto de un final que nos deja con cara de imbéciles o al deslumbramiento del inicio de una aventura. En esta semántica del amor, se produce esa mezcla de trascendencia y ordinariez, exclusividad y vulgaridad, tragedia y comedia, que acaso define el sentido de la vida. El narrador expone su historial amoroso mientras recorre hermosos parajes. Construye una topografía erótica y el sentimiento se filtra en el paisaje de la misma manera que se permeabiliza a él: hay cierto bucolismo irónico en Casi amor. Un subrepticio conocimiento de la historia de la literatura que se disfraza de ingenuidad y funciona como catalizador humorístico.
Desde la cita de Deleuze con la que se abre el libro (“Lo posible, si no me ahogo”), hay una reivindicación posmoderna de lo pequeño, a la manera del sociólogo Maffesoli, que, superando el manierismo naif de Cornia, abre interrogantes en torno a la escritura. Cornia escribe sobre cómo el tamaño de las cosas se relativiza en función de la edad y también, en una hilarante página en torno al calor, sobre la circunstancia de que “cuando hablas de las cosas, estas se agrandan”… Entonces, la escritura, su permanencia y espacialidad frente a la volatilidad y temporalidad de lo oral, sería una forma de magnificar lo pequeño. En el talante tal vez resignado de la cita de Deleuze, encontramos una acepción de la literatura sin mayúsculas: como si la literatura que se resigna, apartándose de lo épico o lo magnífico, de lo utópico o lo imperial, se convirtiese en escritura y solo esta fuera el cauce para capturar formas de felicidad efímera y para entender, al fin, que todo puede ser un comienzo.
Estas disquisiciones surgen de los hallazgos de estilo: cuando Cornia escribe “mirarse del único modo exacto posible” o “a quien le trae sin cuidado gustar acaba gustando muchísimo” o “al igual que los mejores placeres era un placer hecho de nada”, los lectores tienen la impresión de que el escritor se refiere a sus propias palabras, a una manera de usar el lenguaje, en que la inocencia es aparente, porque la inocencia en la escritura siempre es aparente y, por eso, me permito calificar, sin afán peyorativo, la prosa de Ugo Cornia como “manierismo naif”. Porque la autobiografía es un género gozosamente artificioso y, en esa artificiosidad, está la clave para calificar a Cornia como un excelente escritor.