El miedo psicológico
Hitchcock, dueño y señor del suspense psicológico, fue guiado por su envidiable intuición al poner los ojos en el relato de la escritora Daphne du Maurier, precursora sin duda de la gran maga de la impostura como comportamiento, Patricia Highsmith, para filmar Los pájaros y también otra de sus novelas: Rebeca. La refinada Rebeca solo está presente en la historia a través de su ropa, su habitación, sus gustos y, sobre todo, del ama de llaves, la pérfida señora Danvers, que se encarga de machacar la autoestima de la joven e inexperta nueva esposa del amo. El terrible miedo de esta criatura a no estar a la altura, a no gustar, convierte la mansión en un territorio hostil por descubrir y conquistar. Me encantan los personajes miedosos porque dotan a todo lo que les rodea de un gran contenido, porque la señora Danvers sin esa pobre chica asustadiza no se habría convertido en un mito del mal, ni la mansión de Manderley, en cierto modo, en un castillo encantado. Todo habría sido mucho más simple, sin secretos. La intrínseca timidez de la actriz Joan Fontaine encarnó como nadie la mediocre inocencia de la protagonista de Rebeca y también la de otra película de Hitchcock, Sospecha (1941), en la que casi se vuelve loca tratando de descubrir si su marido es maravilloso o un asesino. De sospechas, dudas, celos y obsesiones es de lo que se nutre el miedo psicológico, como en esa otra fascinante película del mismo director y con los mismos ingredientes: La sombra de una duda (1943).
La sugestión es una maravillosa capacidad del ser humano para volvernos locos y un precioso recurso en la literatura y en el cine para asomarnos a un pozo muy profundo, donde por clara y limpia que sea el agua siempre nos encontraremos con alguna extraña sorpresa, a veces enquistada en el fondo, atrapada en las redes de sueños y realidades que llamamos neuronas. Una de sus cumbres es, sin duda, Luz de gas o Luz que agoniza, adaptaciones en distintas épocas de una obra de teatro. Aunque la novela que se ha convertido para mí en un talismán y que me ha ayudado a iluminar esa parte de las personas que se nos escapa como un reflejo en un cristal es Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Después de que las emociones y el sistema nervioso de la joven institutriz de la mansión de Bly retorciera el paisaje que rodea la casa y al resto de personajes presentes y pasados, nada es o debería ser igual en narrativa. Henry James nos invitó a pasar dentro del personaje, a sus rincones oscuros, a su fantasía, vertida en visiones y paranoias. ¿Es verdad o mentira lo que creemos que sabemos? Personalmente para vencer mi miedo escribo novelas sobre él. Un miedo que ya no se encierra en mansiones, sino en el escaparate público del éxito y el fracaso, porque los miedos van moldeándose y haciéndose fuertes según nuestros deseos. Y el sutil temor a no gustar, a fracasar, a no ser aceptada por todo el mundo es el que obliga a Patricia, la protagonista de mi última novela, El cielo ha vuelto, a liberarse de la droga de tener que sentirse amada.