Ética, retórica y política
La oratoria ha decaído y los modos de establecer el liderazgo pueden haber cambiado. Quizá hoy se precisan otras habilidades que no se juegan tanto en el debate público
La oratoria pasa por horas bajas. Ni siquiera se lleva hablar bien. De hecho, de entre las muchas cosas que a la gente se le enseñan, no se considera el caso de enseñarle a hablar. La retórica apesta. Hablar ahora se llama comunicar y se exige que se haga rápido: cuente lo que sea en cuarenta y cinco segundos o escriba lo que pueda en ciento cuarenta caracteres. Pronto, veloz, sintético: los que están repantingados en el sofá sin ningún plan alternativo no tienen tiempo que perder.Perorar. He ahí una palabra notable. La aplicamos al caso de quien habla largamente sobre un asunto sin levantar la oreja de su auditorio. Somos una sociedad de muchas experiencias. Eso quiere decir que hemos visto perorar bastantes veces. Los profesores peroran en las clases, los jefes suelen perorar a la menor ocasión, los comentaristas peroran y los políticos peroran sobremanera. El deber de la rapidez no cumple en su caso.
Si hay una imagen que contradiga la esencia misma de la democracia, es la de alguien que ocupa la tribuna y perora ante un parlamento vacío. Y todos la conocemos porque en determinadas ocasiones las cámaras de televisión nos la sirven. El tribuno habla y habla mientras que quienes aburridamente escuchan no llegan a los dedos de una mano. Multitud de asientos vacíos tiñen la imagen de un rojo subido. Estas visiones encocoran a la ciudadanía. La oratoria pasa por horas bajas y los parlamentos también. Son escenificaciones de las que la utilidad no se percibe.
Los modos de establecer el liderazgo pueden haber cambiado. Quizá hoy se precisan otras habilidades que no se juegan tanto en el debate público. La mayor parte de la política se hace en el envés del tapiz, no en su haz. Nuestros políticos hablan si no queda más remedio. Nuestros poderosos no lo hacen nunca. Aman el silencio y la discreción sobre cualquier otra cosa. A los primeros se los caza a la entrada y salida de sus actos. A los segundos jamás. Por lo demás ¿quién gana un debate? Aquí nace y mana otra de las fuentes del instalado escepticismo. Dos posibilidades presento y ninguna de ellas apoya lo obvio: que ganara quien tuviera mejores argumentos y los presentase mejor. Por el contrario, a la pregunta de quién vence en un debate, el sentido común nos susurra dos respuestas: quien dice la encuesta que lo ganó, quien presenta el perfil más bajo. Para las encuestas hay que tener hooligans. Para lo segundo… cuidado. La gente de la política lo sabe. Aquí, como en la esgrima, lo decisivo es no mostrar flancos. Así que el discurso debe ser igual, tieso, sin crestas y monótono. Si ello fuera posible, sería lo ideal ocupar el mayor tiempo disponible y no decir absolutamente nada. Esto se suele denominar con una metáfora ajustada: perfil bajo. Las democracias lo cultivan; es un hecho.
Supongamos que la capacidad comunicativa o mucho menos la oratoria, ya no forme parte de las habilidades corrientes de quien tiene que dedicarse a la cosa pública. Pensemos que antes, en un vago antes, debían poseer además una voz potente. Ademanes adecuados. Presencia. No había micrófonos. No había radio. No había pantallas gigantes. Los nuevos medios trajeron nuevos líderes.
La mayor parte de la política se hace en el envés del tapiz, no en su haz. Nuestros políticos hablan si no queda más remedio. Nuestros poderosos no lo hacen nunca. Aman el silencio y la discreción sobre cualquier otra cosaLas políticas totalitarias no son separables de los nuevos medios de masas. Gustave Le Bon lo contaba con gracia: “El arte de hablar a las masas es de un orden inferior, pero exige aptitudes muy especiales”. Para moverlas hay que abusar de afirmaciones violentas. En sus palabras: “Exagerar, afirmar, repetir y no intentar jamás demostrar nada mediante razonamiento”. Claramente aquí concurren todos los tipos comunicativos que la ética mínima repugna y condena. Además tales procedimientos deben ser acompañados de exageraciones del temple moral, y sentimental. De cualidades y virtudes solo aparentes. El populismo, en sus inicios, necesita teatro.Por todo lo que se viene apuntando, se sigue que conviene establecer en las democracias una escenificación precisamente de perfil bajo. Esto nos retrotrae al tema parlamentario y su papel en el escepticismo. Convencer o persuadir no son acciones sencillas, precisan tiempo, conocimiento del caso y habilidad. A no ser que se lleve adelantada la obra porque exista un importante interés compartido, las artes suasorias exigen ser aprendidas y su uso no está al alcance del primero que llega. Además no conviene fiarlo todo a la retórica; ella sola no funciona. En los procesos comunicativos humanos hay una ética interna que no deja pasar cualquier cosa. Por ejemplo, los parlamentos pueden estar vacíos porque ya se ha hablado antes y también con anterioridad se han tomado posiciones. Allí solo tiene lugar una escenificación del diálogo previo. Quien perora lo sabe. Por eso tampoco pierde las formas o la compostura. No en público, desde luego, a no ser que lo traiga marcado en el guión.
El lenguaje tiene su ética interna, como Habermas se ha dedicado a investigar, y el lenguaje político no es una excepción. Tenemos en el propio lenguaje una guía de la comunicación correcta, esto es, veraz y simétrica. Lo cierto es que la comunicación política no suele cumplir tales especificaciones. No es una comunicación ideal. Pero puede más o menos acercársele. Y en las democracias no se le permite alejarse demasiado. El postulado de universalidad que es un implícito lingüístico, no le cede al pragmatismo a corto plazo, porque se refiere a un orden más general que es aquel que hace posible la propia comunicación.
En las democracias, en consecuencia, podemos asistir a cierta degradación del lenguaje político igualitario. Podemos incluso percibir flagrantes falsedades en lo que se nos transmite, pero… el canal de comunicación está abierto y por lo tanto los contenidos pueden ser rectificados. Para evitar en lo posible tales rectificaciones los políticos suelen encerrarse en una zona de sombra en la que eluden casi la comunicación específica. Presentar un perfil bajo en los asuntos corrientes les obliga a buscar la adhesión emocional, que se consigue por su tipo específico de vías. Esta situación no es gloriosa, mas se corresponde con los tiempos pacíficos. Si, por el contrario, viéramos concurrir la exaltación en la escena pública, ello avisaría de la deriva hacia marcos políticos menos estables.