La remolacha te la comes tú
Que no, que no me muero
María Hernández Martí y Javi de Castro
Modernito Books
168 páginas | 19,50 euros
No. No se muere. Está vivita y coleando en este prodigio de novela gráfica que describe el diario acontecer de una mujer de treinta y tantos años, dotadísima para la observación y la escritura, a quien un puñetero día le diagnostican cáncer de mama y su vida se transforma en algo donde pensar en porvenir es boba frivolidad. Se llama María Hernández Martí. Es canaria, geógrafa, periodista y escribe —maravillosamente— relatos que son como polaroids sonoras de la vida donde hace gala tanto de su humor sarcástico como de su amor por los personajes y los perros por muy absurdos que sean. Que suelen serlo. María escribía en diarios crónicas de esas noticias humildes que sirven para el relleno y que en su mirada se transformaban en piezas de rigor e ironía singulares. Luego decidió irse inventando un personaje para poder cutypastear la realidad y humorear con lo demasiado familiar. Abrió blogs y alumbró a La Lupe, un trasunto protagonista de sus historias breves. Publicó un libro, Vida tinta, y vino luego esa cosa del cáncer. Los amigos empezaron a llamarla a todas horas. Y como a ella eso de dar pena y repetirse le pone de los nervios pero aprecia mucho la amistad, abrió un blog para sus allegados donde convertía su pelea con el bicho y todo el mundo hospitalario de goteros y náuseas en una suerte de terapia de autocontrol y aviso para preocupados.
Años después, una editora inteligente, Sheila R. Melhem, responsable de Modernito Books, la convenció de que en aquellos relatos había una novela gráfica y le buscó pareja de baile. Eso descolocó a María, que no era ducha en el género. Tras un rato ceniciento, apareció su príncipe de León, Javi de Castro, un joven prometedor con el que se estuvo escribiendo durante laaargos meses discutiendo cada coma, elemento de atrezzo y punto de vista para lograr que el trabajo común se hiciera redondo. Y se hizo. El resultado asombra porque mantiene las palabras y el espíritu de los relatos de Hernández y les añade una contundencia visual finísima y de altos vuelos. Si bien el trazo de línea clara de De Castro —que acaba de ser elegido Autor Revelación en el Saló del Còmic de Barcelona— mantiene herencias con maestros de la talla de Max o Sento, la variedad de soluciones gráficas y planos que ofrece son ya las de un tipo con una madurez narrativa veterana. A través de un glosario que recoge los cuentos a modo de capítulos, De Castro lleva a La Lupe por hospitales, paseos por el parque, pelos que se caen, kilos que se suben a sus hombros y quemaduras que no le dejan olvidar lo que está pasando. El minimalismo del trazo, el tamaño y ruptura de la viñeta, el uso del texto como una imagen gráfica más o los colores planos van aportando detalles de excelencia al libro.
María Hernández cuenta a través de La Lupe algo por lo que pasan millones de mujeres y que ella conoce de primera teta. Pero desdeña toda tentación de caer tanto en el “buenismo” postizo como en la tragedia o en la desesperación egoica. Tener cáncer es una puta mierda y te entran ganas de asesinar a gente. Y eso no se va ni comprando budas ni comiendo remolacha. El humor puñetero con el que relata un viaje difícil de entender, sus cambios de humor, la falta de ejemplaridad santurrona del personaje, que está jodida, mucho, sí, pero que lleva con dignidad romana los efectos de bicho y quimios, hacen de esta obra una pieza que, en su modestia aparente, se convierte en caza mayor. La comparo con Arrugas (Paco Roca) y María y yo (Miguel Gallardo), dos obras que lograron galardones, eco mediático y lectores por su humor veraz al tratar temas que suelen caer en el melodrama pasteloso. Que no, que no me muero juega en esa liga. La de los dibujos que son personas reales. Ya están tardando.