Alemania, año cero
El amargo sabor de la victoria
Lara Feigel
Trad. Jordi Beltrán Ferrer
Tusquets
544 páginas | 24 euros
Historiadora y crítica literaria especializada en los años treinta y cuarenta del siglo XX, Lara Feigel es autora de un ensayo biográfico no traducido al castellano, pero excelentemente acogido en Gran Bretaña, donde retrató las animadas vidas de cinco escritores —Elizabeth Bowen, Graham Greene, Rose Macaulay, Hilde Spiel y Henry Green— durante los años en los que el Blitz castigó la ciudad de Londres, The Love-charm of Bombs (2013), de modo que ya había abordado el tema de la Segunda Guerra Mundial en Europa que ahora, en El amargo sabor de la victoria (2016), extiende a las consecuencias del conflicto para Alemania desde la ofensiva final de las tropas aliadas hasta la división del país en dos Estados. La originalidad de su enfoque es doble: por una parte se refiere no tanto a los alemanes del interior como a la visión de los visitantes —británicos, norteamericanos o alemanes exiliados— que llegaron a las “ruinas del Tercer Reich” procedentes de naciones extranjeras y al efecto que la experiencia tuvo en sus itinerarios respectivos. Por otra, entre esos visitantes su mirada se centra en un grupo de escritores, periodistas, artistas o cineastas que no tenían —aunque convivieran estrechamente con los soldados— una tarea militar en el país ocupado.
La destrucción total causada por la negativa de Hitler a asumir la derrota, el tremendo impacto derivado del descubrimiento de los campos de exterminio, las dudas a la hora de conducir los juicios de Nuremberg y de fijar los procedimientos para la desnazificación de la sociedad alemana o las tensiones entre los ocupantes occidentales y sus todavía aliados soviéticos, son narrados a la luz de las vivencias o las palabras de testigos cualificados que se situaban, en teoría, al margen de la política, pero no eran indiferentes a los debates del momento: la responsabilidad y la culpa colectiva de los alemanes en los crímenes del nazismo, el grado de compromiso de quienes habían engrosado las brumosas filas del exilio interior, el papel que debían desempeñar los intelectuales —en un principio y tal vez ingenuamente, los servicios de inteligencia pensaron que la cultura podía ser un instrumento decisivo a la hora de adoctrinar a los enemigos intoxicados para convertirlos en socios— o la ilusión de un “futuro paneuropeo” que se vio pronto frustrada por el inmediato inicio de la Guerra Fría.
Poetas como Auden y Spender, narradores como George Orwell y Evelyn Waugh, corresponsales como Martha Gellhorn, Ernest Hemingway o Rebecca West, la fotógrafa Lee Miller o, entre los germanos retornados, los escritores Klaus y Erika Mann —siempre con la tortuosa figura del padre al fondo, que acabaría por esos años el monumental Doktor Faustus (1947)—, el guionista y dramaturgo Carl Zuckmayer, el cineasta Billy Wilder —que rodó en la capital su Berlín Occidente (1948)— o la actriz Marlene Dietrich, entre otros como Sartre y Beauvoir, recorren estas páginas que hablan más de los viajeros y sus conflictos o sensaciones que del escenario que los convoca.
En su mezcla de gravedad y ligereza, de cuestiones muy serias con anécdotas personales que no eluden las inseguridades, los amoríos y las relaciones sentimentales de los protagonistas, así como en la claridad de la prosa, el pulso narrativo y la capacidad de Feigel para trazar semblanzas muy vivas, radica el interés de un libro que relata una historia muchas veces contada pero aporta una perspectiva no sólo novedosa, sino también esclarecedora respecto de la atmósfera que imperaba en el solar arrasado de Alemania antes de que la devastación —física y moral, como mostró la llamada “literatura de los escombros”— diera paso al resurgimiento. Este, afirma la autora, tuvo un éxito innegable, pero el milagro económico no puede ocultar el hecho de que la prosperidad se logró a costa de una combinación de olvido y autoindulgencia.