Anatomía de un estupor
El Reino
Emmanuel Carrère
Trad. Jaime Zulaika
Anagrama
520 páginas | 24,90 euros
Cuando en una mañana de domingo oímos repicar las campanas, nos preguntamos: ¿es posible? Esto se hace por un judío crucificado hace dos mil años que decía que era Hijo de Dios, sin que se haya podido comprobar semejante afirmación”. Son palabras de Nietzsche, en Humano, demasiado humano, que expresan el estupor que cualquier persona inteligente puede sentir ante los preceptos con valor de dogma de la religión cristiana. La historia de Jesús, leída literalmente, está llena de situaciones que escapan a la lógica y que, sin embargo, muchas personas en todo el mundo toman en serio y su disparate convive con otras actividades totalmente razonables. “Si se les pregunta —ahora es Carrère quien habla—, responderán que creen de verdad que hace dos mil años un judío nacido de una virgen resucitó tres días después de ser crucificado y que volverá para juzgar a los vivos y a los muertos. Responderán que estos acontecimientos constituyen el centro de su vida”. El análisis, la anatomía de ese estupor ante la sincera fe del creyente es el punto de partida de un libro original, culto, profundo, seductor, respetuoso y maravillosamente escrito. Me refiero a El Reino, una obra inclasificable que afianza a Emmanuel Carrère como uno de los escritores de no ficción más libres y creativos de la literatura actual.
Confieso haber tardado varias semanas en decidirme a leer el libro. Sondear en los orígenes del cristianismo me pareció un tema poco atractivo o, mejor dicho, me generó una inmensa pereza. Como si todavía siguiera saturada de las muchas lecturas religiosas hechas en mi adolescencia, y la mayoría de ellas no por propia voluntad. Una situación que imagino compartida por muchos españoles de mi generación educados en colegios religiosos y que probablemente explica que el abrumador peso del catolicismo durante el franquismo (por no hablar de épocas anteriores) se disolviera como un azucarillo en la Transición. “Fuese y no hubo nada”, escribió Cervantes de un bocazas. Porque ¿qué quedó de nuestra estrecha relación con el mundo de las creencias religiosas? ¿acaso no ha sido España el país católico por excelencia de Europa? Así que me pregunto cómo un libro como El Reino no ha surgido aquí, entre nosotros, fruto de una necesidad íntima de confrontar nuestras aspiraciones religiosas, si las hemos tenido, con los principios de la fe católica. No ha sido así, la vivencia religiosa apenas ha generado un discurso intelectual a la altura de su peso específico en la sociedad española. Nos vale con la acidez corrosiva del cine o de la literatura. De modo que se da la paradoja de que Emmanuel Carrère, procedente de un medio —la sociedad francesa— que ha hecho del laicismo un hecho constitucional, es quien ha traído hasta el lenguaje del siglo XXI el fresco grandioso de los orígenes del cristianismo a partir, fundamentalmente, de dos de sus protagonistas: san Pablo y san Lucas. Nadie había iluminado tanto las cartas de Pablo a los corintios, a los gálatas, a los romanos; nadie había sido capaz de acercarnos de un modo tan vívido a los primeros evangelistas; nadie había leído tan intensamente los textos del siglo I con unos ojos, un alma y unos sentidos del siglo I. Nadie… excepto su predecesor en esta voluntad de despojar la historia de sus ropajes sobrenaturales. Me refiero a Ernest Renan, a quien Carrère rinde justo homenaje por su extraordinaria y convincente Vida de Jesús, una biografía que en su tiempo le valió todos los disgustos imaginables. Pero Renan se mantuvo firme en su actitud, como lo está Carrère conduciendo al lector por una historia prodigiosa donde el conocimiento histórico se funde magistralmente con la imaginación creadora.