Apocalípticos e integrados en las redes sociales
Vigilancia líquida
Zygmunt Bauman y David Lyon
Trad. Alicia Capel
Paidós
14,95 euros. 176 páginas
La metáfora orwelliana del Gran Hermano se ha quedado vieja. No hay ya un control central, político, que pretenda vigilar y someter a todos los individuos. Zygmunt Bauman y David Lyon abordan cómo la vigilancia ya no se ejerce de arriba abajo, con un ojo que desde lo alto lo mira todo, sino que está en todas partes realizando seguimientos, clasificaciones, cambiando nuestros conceptos de individualidad, trabajo, tiempo-espacio, comunidad. Si el ojo del poder operaba con la fuerza y la amenaza del castigo al vigilado, ahora a las personas no les importa que toda su vida privada, sus compras, sus gustos y sus amigos, esté codificada en internet donde controlar los movimientos de los usuarios mueve la economía. Si un jefe quisiera saber qué tipo de empleados tiene a su cargo, le bastaría un cuarto de hora de navegación para averiguarlo.
Este es uno de los temas sobre los que gira Vigilancia líquida. Un libro de conversaciones, a través de correo electrónico, entre los sociólogos Zygmunt Bauman y David Lyon. Como punto de partida está el concepto de sociedad líquida con el que Bauman caracteriza a la posmodernidad. La presencia física de policías y otros agentes de seguridad, en las calles y en las fronteras, pertenecen a la modernidad sólida, que como se ve está lejos de haber desaparecido. El escaneo de sesenta millones de llamadas con los útiles informáticos de Edward Snowden, en cuestión de segundos, entra dentro de la modernidad líquida, fluida, radial, ajena a los límites territoriales.
Nadie está obligado a comprar con tarjeta, a hacerse amigos en Facebook, a decir al mundo lo que piensa en Twitter, a conseguir seguidores como quien consigue clientes, indicio de una mentalidad mercantil. Y sin embargo hay cientos de millones de personas que cuelgan sus fotos y vídeos, y que se apuntan a las páginas de ligue, en las que se presentarán con mayor o menor veracidad. ¿Por qué nos sometemos voluntariamente a esta disolución entre lo público y lo privado, a la entrada de la publicidad en nuestra comunicación, también en la íntima? Bauman responde a la manera clásica. El éxito de las redes sociales revela una carencia, la falta de vínculos sociales duraderos y comunitarios en la modernidad líquida. Ante la perspectiva de quedarse en el anonimato, olvidado y desplazado, las personas optan por hacerse visibles en la Red, sin importarles la discreción con que antes venía envuelta la intimidad. Si uno está fuera de las redes, corre el peligro de la muerte social. Y si está dentro, tiene cartas para apostar en el juego del reconocimiento. Poco importa quién le reconozca. Desde este punto de vista, Bauman se descubre a veces como un suave apocalíptico de las redes sociales, y piensa que un abrazo es infinitamente superior a un whatsapp, mientras que Lyon se pregunta por qué la intervención en ellas constituye una actividad diaria de millones de personas. Alguna recompensa de valor deben de ofrecer.
El estar conectados es ya un bien en sí, que se experimenta con más intensidad cuanto mayor sea la participación en las redes. Estar presente en internet permite conectar y a la vez marcar una distancia física. Una distancia que a veces se agradece, ya que en las comunidades en las que todo el mundo se conoce físicamente la vigilancia moral resulta asfixiante. Por otra parte, está el potencial de las redes para plantar cara al poder, como se ha comprobado en los últimos años. El cuchillo sirve para cortar el pan y para cortar gargantas, le responde Bauman. Cuesta más lo segundo que lo primero, y ello indica que la presencia y la ausencia física cambian el sentido de las relaciones humanas.
En el viejo modelo de Foucault lo público quería introducirse en lo privado. Ahora lo privado se ha hecho público.