Aub en el laberinto
Campo abierto
Max Aub
Prólogo J. A. Pérez Bowie
Cuadernos del Vigía
456 páginas | 28 euros
Después de la publicación hace un año de Campo cerrado (1943), con prólogo de Antonio Muñoz Molina, Cuadernos del Vigía lanza Campo abierto, el segundo volumen de uno de los grandes frescos literarios sobre la Guerra Civil, El laberinto mágico, de Max Aub. Para esta publicación los editores han compulsado prácticamente todas las ediciones existentes, desde la primera, la mexicana de la colección Tezontle, de 1951, a la de Alfaguara de 1978 pasando por la de la Biblioteca Valencia de 2001, con la idea de depurar el texto y eliminar erratas causadas en muchos casos por un excesivo celo de los correctores. Llama la atención que a pesar de todas esas tentativas por fijar el texto de Aub hoy no sea posible encontrar la serie completa salvo que recurramos a restos de edición o a librerías de lance. Cuadernos del Vigía quiere completar el suyo a razón de dos títulos anuales.
La segunda de las seis entregas transcurre ya en los comienzos de la Guerra Civil y, en concreto, en tres escenarios bien característicos de los primeros meses de enfrentamientos: la ciudad de Valencia, a donde ha huido el gobierno de la República y donde personajes de toda condición pujan al principio por sobrevivir y, más tarde, conforme la ciudad se transforma en una ratonera, por obtener visados y escapar lejos; Burgos, donde los sublevados se reparten los primeros cargos y planifican la victoria y la represión que llenará las cunetas de cadáveres, y Madrid donde los republicanos aún resisten confiados en sus fuerzas e incluso hacen cábalas sobre cómo será el mundo después de la utopía. Sin embargo, lo que plantea la novela es mucho menos tajante que esos titulares: en cada escenario, nos dice Aub, superviven o mueren hombres: recelosos, leales, confiados, abruptos o traicioneros por encima de su adscripción ideológica. Y en la tarea de subsistir valen todas las argucias, incluidas la delación, la vileza o el complot.
Campo abierto es una novela menos coral que fragmentaria, construida a base de retazos, de instantáneas más o menos enhebradas, de personajes que fulgen durante unas páginas y luego reaparecen apenas o se desvanecen para siempre. El nombre de los capítulos no es el de un regimiento ni el de una batalla sino el de un individuo: un nombre y un apellido. Un tipo que, como Manuel Rivelles, se alista para ir al frente de Teruel en una compañía mandada por un grupo de guardias civiles leales a la República. A la entrada de la ciudad el capitán ordena formar a los voluntarios con la excusa de un recuento y cuando los tienen en fila los guardias, formados como un pelotón de fusilamiento, disparan cómodamente contra ellos.
Como apunta en el prólogo José Antonio Pérez Bowie, Aub fue consciente de la imposibilidad de aprehender ese sinnúmero de tipos que integran la complejísima trama de un país roto y en guerra, entregado individualmente a la caridad o la venganza, y optó por crear un laberinto en el que la salida final está cerrada.
Aub representa una vanguardia que después del mazazo de la guerra experimenta no por frivolidad sino por fidelidad moral a la historia. En su intento de retratar verazmente un panorama hecho trizas incurre sin remedio en un caleidoscopio sin centro que se recompone cada vez que se agita. El relato no puede ser limpio. Tampoco sus justificaciones ideológicas.
Aub trabajó durante muchos años en el interior de este laberinto agotador. Si la primera novela del ciclo fue escrita nada más comenzar el exilio en Francia en una buhardilla de París con el aliento de una crónica periodística, la segunda, interrumpida por su salida de España y su confinamiento en diversos campos de concentración, no estuvo lista hasta 1951. El resto, hasta completar las seis, tuvo que aguardar hasta 1968.