El burócrata implacable y la estrella de Cambridge
La batalla de Bretton Woods
Benn Steil
Trad. Iván Barbeitos
Deusto
544 páginas | 24,95 euros
La economía no pasa por sus mejores momentos, pero si alguno quiere consolarse pensando en que hubo tiempos peores puede hacerlo con facilidad viajando al fin de la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos había prestado mucho dinero a Gran Bretaña, que los británicos no podían devolver porque una parte importante se lo habían dejado a sus aliados y estos, caso francés, estaban en la ruina. El intento de solución vino con el Tratado de Versalles de 1919, cuyas páginas se pueden resumir en que ya que los alemanes habían montado todo el lío de la guerra y encima habían perdido que la paguen ellos. Una decisión imposible de asumir por unos germanos que se sumieron en el pozo de donde surgió el nazismo. Por si todo esto no bastara, cada nación empezó a fastidiar al vecino devaluando su moneda para exportar más, entrando en otra guerra comercial en la que participaba con abundante munición el capital especulativo.
Los préstamos irrecuperables de la Primera Guerra derivaron en una crisis bancaria a la que se sumó el crack del 29. El desorden mundial campaba a sus anchas y ya anunciaba el siguiente conflicto bélico, en cuyas postrimerías más de setecientos delegados de 44 países aliados se juntaron en un resort de lujo en las montañas de New Hampshire, Estados Unidos, para diseñar un plan que evitara otra posguerra tenebrosa y letal. El resort, por cierto, todavía está abierto, por si a alguno le gusta el turismo económico.
De aquella reunión de 1944 en Bretton Woods, que así se llama el paraje, surgió un sistema en el que las monedas nacionales quedaban referenciadas al oro, con permiso de variar sus cotizaciones en un 1% hacia arriba o hacia abajo. También se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional, con dinero puesto por todos los firmantes en distintas proporciones, para cubrir los futuros baches financieros de los países implicados, y de un banco para la reconstrucción y el desarrollo que luego vino a llamarse el Banco Mundial.
A la reunión llegó como representante británico la estrella de la economía en ese momento, Lord John Maynard Keynes, que se las tuvo que ver con un correoso negociador estadounidense, Harry Dexter White. El autor de La batalla de Breton Woods, Benn Steil, tira de estos personajes para contar “cómo se fraguó un nuevo orden mundial”. Es un recurso dramático que le sirve para acercar al lector a las discusiones de aquella reunión y al periodo de estabilidad que se puso en marcha, roto por Nixon cuando en 1971, agobiado por la factura de Vietnam, terminó con la convertibilidad del dólar en oro para así manejar mejor su moneda.
Steil da por sentado que Mr. White, “el atrevido y testarudo tecnócrata criado en el barrio obrero de Boston por inmigrantes judeo-lituanos”, ganó la batalla a Lord Keynes, “el elocuente y acomodado vástago del mundo académico de Cambridge”. Para dar más fuerza a la narración, también subraya las simpatías de White por los soviéticos, que le llevaron a pasar documentos concernientes a un posible préstamo para la posguerra.
Aunque Keynes se quejó de las bruscas maneras de su interlocutor, y aunque Bretton Woods abrió la puerta al fin del Imperio Británico y al dominio del dólar, ambos protagonistas sentaron las bases para un orden económico que favoreció el empleo estable y la protección social. Sin Bretton Woods no habría existido lo que Eric Hobsbawn llamó —según Edward Said con ironía— la “edad de oro del capitalismo”. Puede que la expresión sea exagerada pero, comparado con lo que tenemos, algún reflejo dorado sí nos llega de aquella época.