Calles con mucho sentido
El lenguaje de las ciudades
Deyan Sudjic
Trad. Ana Herrera
Ariel
272 páginas | 19,90 euros
Muchas son las tentaciones y placeres que ofrecen las ciudades, como la de poder mirar y ser mirado sin violentar ni sentirse violento si se mantiene el pacto de civismo que consiste en venerar la libertad del otro como la de cada uno. Desde al menos Baudelaire se repite la admiración por ese espacio que permite el anonimato, la diferencia y la tolerancia. En El lenguaje de las ciudades, Deyan Sudjic cita a Frank O’Hara, poeta, músico y crítico de arte: “No so soy capaz de disfrutar de una hoja de hierba a menos que sepa que está el metro cerca, o una tienda de discos, o alguna otra señal de que la gente no lamenta totalmente la vida”.
A través de esa exageración se expresa el sentimiento de reverencia y agradecimiento a la ciudad que impregna el libro del actual director del Museo del Diseño de Londres, que publicó hace años La arquitectura del poder, como este publicado por Ariel, y muy oportuno entonces puesto que florecían los proyectos de arquitectos estrella pagados con el dinero del contribuyente.
Sudjic traza una especie de mapa de suburbano en el que a través de una línea central, que es la misma ciudad, dibuja las ramificaciones con los orígenes y los nombres de las urbes, sus raíces en el poder político y económico, el contraste entre barrios, como el Canary Wharf de Londres, lujoso y habitado por ejecutivos de la banca de inversión, y Tower Hamlets, refugio de los sin papeles de todo el mundo con calles céntricas que le llevan a uno a Asia o África según los tramos, y por el que hace muchos siglos cruzaba una calzada romana.
Una ciudad puede ser nombrada a mayor gloria de su fundador, como Alejandría, pues los egipcios veneraron al griego Alejandro Magno por haberles liberado del rey persa; o ser remodelada para simbolizar el poder dictatorial como Moscú; o puede nacer con intenciones utópicas, como Brasilia. Puede tener 10.000 habitantes o 40 millones como Tokio y la mayoría de los que lean estas líneas coincidirán en que una buena ciudad es aquella que tiene un aeropuerto decente, buenas comunicaciones, bajos niveles de delincuencia, trabajo, buenos centros educativos, integración de personas de distintas edades, barrios agradables, librerías, actividades culturales y sentido del ocio. A partir de este vocabulario, cada ciudad va construyendo su estilo con un pulso propio, que en las malas épocas dará síntomas de desfallecimiento.
Es ese el vocabulario que va desgranando Sudjic a lo largo de El lenguaje de las ciudades, hilando relato tras relato. Más que un libro de urbanismo lo es de historia urbana hecha con un alto componente narrativo.
Al contrario que el campo, más estático, la ciudad no puede prescindir de su dinamismo positivo o negativo. El autor aborda el tema del cambio y su faceta más conocida, la gentrificación. Los barceloneses recordarán los casos del Raval, cuyo nivel de aburguesamiento parece limitado, y el Poble Nou, en el pasado un Manchester catalán y ahora un Soho barcelonés.
En este apartado del cambio, Sudjic sugiere una variante que no llega a desarrollar pero que tiene miga. Cuando el Daily Telegraph abandonó Fleet Street, dejó un edificio art déco construido por su primer propietario que por su valor nadie puede tocar si no quiere acabar en la cárcel. El periódico se fue a un rascacielos de Canary Wharf y luego se marchó de allí sin dejar huella. Lo que nos lleva a la pregunta: ¿Qué será de lo que estamos construyendo ahora dentro de cien años?