Cien retratos sin piedad
Examen de ingenios
José Manuel Caballero Bonald
Seix Barral
464 páginas | 19 euros
Sostiene José Manuel Caballero Bonald en las líneas que dedica a su colega de generación, el poeta Ángel González, que sin la ambigüedad cáustica de la ironía es imposible concebir la poesía ni, en general, la literatura. La invención en la que “no se filtra una cierta dosis de ironía, aunque se trate de una ironía matizada por el correlato objetivo, tiende a convertirse en sermón”. Y un texto litúrgico es lo contrario de la invención libre y creativa. Y quien dice sermón, aplicado a este admirable florilegio de aguafuertes personales reunidos y puestos al día en Examen de ingenios, dice exhortación académica, reseña erudita, ejercicio admirativo o incluso soflama caprichosa.
Es difícil, mucho, ser un ironista constante y mantener la equidistancia crítica cuando se aboceta a amigos o enemigos. Los tratados divulgativos o los artículos de circunstancias que los escritores dedican a sus colegas están llenos de homilías apologéticas ya sea por lealtad corporativa o por afinidades o intereses de rebaño. El ejercicio perseverante de la ironía requiere una mirada limpia y desahogada, un conocimiento profundo y una biografía tanto o más imponente que la del retratado. Solo si se dan estas circunstancias, más algunas otras fácilmente deducibles, se puede pergeñar un libro tan fascinante, exacto y divertido como esta reunión de apuntes sobre poetas, novelistas, pintores o cantantes sorprendidos en la complicada tarea de convivir por uno de nuestros más longevos y admirables intelectuales.
Todos los bocetos de Examen de ingenios nacen desde el conocimiento personal, es decir, desde la subjetividad de un creador que utiliza tanto el juicio de la experiencia como la ironía perfecta de su estilo. El punzón es mejor que el pincel, el desafecto que la cordialidad, la frialdad que la templanza. El caricaturista debe ser justo, sí, pero no puede tener piedad; si se apiada, sacrificará la exactitud de las coordenadas y de las parábolas y el tipo nos parecerá más bueno pero más adulterado.
Examen de ingenios, compendio hecho y rehecho a partir de apuntes inéditos o procedentes de esbozos contenidos en libros anteriores, es una fiesta literaria de primera división, un compendio abrumador y divertidísimo que ojalá algún día pudiera funcionar como libro de texto: como la breve y subjetiva enciclopedia sobre sus contemporáneos fijada (y luego puesta el día o corregida) por uno de los suyos, el admirable Caballero Bonald.
Es imposible reseñar este libro sin reproducir algunas de las frases que Caballero escribe con la punta del buril para describir a algunos semejantes: “Militó en el PCE sin dejar de ser en cierto sentido un señorito portuense” (Alberti); “Cela, especialista en la obra de Cela, muy pocas veces llegó a interesarse de veras por la obra de los demás”. Sobre José Luis L. Aranguren: “Perteneció al grupo de intelectuales falangistas (…) y anduvo puliendo a su manera las flechas malgastadas del franquismo militante”. De Baroja: “Su prosa reseca, su pobreza lingüística cercana a la indigencia, su desvencijada sintaxis, su estilo pedregoso apoyado en toscos sustentos verbales”.
No usa la benevolencia con sus compañeros más cercanos. De Luis Rosales dice: “Un tiempo de alevosas zarpas se filtran por esas excelencias literarias y vencimientos humanos”. De Dioniso Ridruejo: “¿Qué olvidos podían subsanar aquel pasado joseantoniano, tan favorecido por la dialéctica de las pistolas?”.
Examen de ingenios no es solo una colección de perfiles artísticos sino también una colección de perfiles políticos que nacen, al mismo tiempo, de unos profundos conocimientos literarios y de las hondas convicciones morales de un ironista insobornable.