Contra la utopía
Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía
John Gray
Trad. Albino Santos Mosquera
Sexto Piso
344 páginas | 24,90 euros
Los años 40 del pasado siglo vieron nacer a Terry Eagleton, Tony Judt, Christopher Hitchens y John Gray, ensayistas británicos que han elevado el género hasta altas cotas de satisfacción. Claves comunes vertebran la obra de estos pensadores: el carácter polémico e incómodo, la vocación por la polimatía, la desconfianza hacia la posmodernidad y la preocupación por el estilo. Desde su consagración con Perros de paja, libro que significó un ataque demoledor contra las ilusiones del humanismo, Gray ha cuestionado algunas de las ideas más queridas por la tradición occidental, incluida la de progreso. Misa negra, que Paidós publicó en 2008 y Sexto Piso recupera en traducción de Albino Santos Mosquera, es un intento por arrojar luz sobre nociones que a menudo han sido aceptadas sin debate, como si su mero enunciado garantizara su certeza. O como el propio Gray sugiere, como si la razón fuera un órgano sintonizado en la frecuencia de la verdad.
Escrita bajo el impacto de la Guerra de Irak, que comenzó en 2003, supuso el derrocamiento de Sadam y concluyó en 2011 con la retirada de las tropas de la coalición, dejando un panorama de inestabilidad, destrucción de cualquier atisbo de Estado y multiplicación de los focos de violencia dentro y fuera del territorio iraquí, Misa negra rastrea cómo la confianza en la universalidad de ciertos proyectos de emancipación y libertad, que desembocaría en la última de las utopías declaradas, la de la llamada democracia universal, encuentra su origen en las prácticas de una filosofía de la historia de carácter teleológico, en sus inicios reconocible en términos religiosos derivados del cristianismo y que, a partir del furor jacobino que encarnó la Revolución Francesa, se proyectaría hacia ideologías como el comunismo o el nazismo, cuya aspiración compartida sería la transformación de la Historia.
Los movimientos revolucionarios modernos constituyen así una continuación de la religión por otros medios. La necesidad de un relato explicativo que apunte a desvelar el sentido y finalidad de la Historia ha sido elemento capital tanto en los milenarismos que han tenido a Dios y al Diablo como guionistas cuanto en aquellos relatos laicos interpretados por esa figura no menos problemática llamada humanidad. Encaminados a la plasmación de un Reino de redención y gracia en el primer caso, y a la consecución de un principio de justicia y fraternidad en el segundo, estos episodios, marcados todos ellos por la confianza en la perfectibilidad humana y en la posibilidad de reformar los viejos órdenes, encontraron nuevos abanderados tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La tesis de Gray es que los últimos herederos de ese furor misionero y a la vez aniquilador, empeñado en este caso en extender por el mundo la buena nueva de la democracia liberal norteamericana, fueron las huestes neoconservadoras del cristiano renacido George W. Bush, su cruzada contra el Mal y la autoproclamada guerra contra el terror. Una década más tarde, con Trump a los mandos, la muerte de la utopía y la transición de una religión apocalíptica hacia un realismo de corte maquiavélico, seguro de que el progreso científico y el progreso moral no van de la mano, parece evidenciar la verdad de una conocida humorada de Swift. Y es que si el autor de Gulliver ubicó en el reino de los caballos la única utopía que podía imaginar, fue porque la búsqueda de la armonía presupone un modo de existencia que los seres humanos no son capaces de vivir.