El ajedrez de la escritura
Duelo de alfiles
Vicente Valero
Periférica
168 páginas | 16 euros
Es Valero un poeta de la prosa. La tensa con precisión y música, traza la emoción de aquello que cuenta y deja que por dentro vuele una sombra blanca como los ángeles de Rilke. Por eso, cuando nos relata una historia que parece la narración de un poema, esta nos conduce por el ritmo de la emoción que dibuja pero por dentro nos susurra otra emoción que late y enriquece a la primera. Así, en este libro, Duelo de alfiles, nos narra de viajes y de partidas de ajedrez entre escritores pero en el fondo nos está contando acerca de sus momentos literarios, de sus reflexiones sobre Alemania, los judíos, la desesperación creativa, la locura, el arte, el exilio y cómo un artista interpreta la obra de otro. Es sutil y paisajístico Valero al hacerlo. Aproxima su mirada a una fotografía, indaga en la memoria o la despierta, lleva a cabo un trabajo de campo, y en medio de todo y con cada paso va tramando una historia que sucedió en el pasado pero que parece que va ocurriendo conforme nos la cuenta. Ese es su comienzo: la visita al pintor Jorge Castillo en cuyos cuadros nieva lo mismo que en el territorio que caza minuciosamente en silencio y al óleo. De noche los dos charlan en torno a Corot y a Van Gogh frente a un tablero de estrategias, de pérdidas y de conquistas. El narrador recordará entonces su juventud en el Club de los Alfiles y una partida entre Walter Benjamin y Bertolt Brecht. A partir de ese momento cambia la historia. Jorge Castillo y la pintura pasan a un segundo plano, se quedan suspendidas en la sombra, y Valero a través del alter ego viajero que narra nos lleva en busca de la casa de vacaciones en la que se enfrentaron y reflexiona los motivos por los que los jugadores estudian la derrota que hiere su inteligencia; el por qué millones de personas salen del trabajo y se ponen a jugar al ajedrez para olvidar el mundo que rechazan. Y como un excelente arquitecto de estructuras narrativas nos conduce a otra fase de lo que está contando a través de imágenes poéticas, de interpretaciones sobre las figuras y las posiciones de ambos escritores que juegan y discuten: Kafka y El proceso en el tablero.
De Helsingborg a Svendborg y a Faaborg donde un museo sobre paisajistas daneses del XIX le hará pensar en la calma antes de la tempestad, en la visión del artista solitario, como el pintor Jorge Castillo, que encuentra la pureza del mundo en un tablero en blanco donde nieva sin naturaleza humana. Allí también escribiría su testamento Rilke. Un respiro antes de la visita a los Ferrati de Turón donde el alfil será Nietzsche y el inquietante Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es. Por el medio del nuevo viaje lecturas de Natalia Ginzburg, de Pavese, de Baricco, y reflexiones acerca de una filosofía pensada y escrita desde la marginación. Y de allí a Ausgburgo donde Franziska lo invita a una conferencia donde conocerá a un jugador de ajedrez que le preguntará si ha escrito alguna vez un poema sobre el Holocausto, y le contará que su padre murió en Dachau, el primer campo de exterminio abierto en 1933. A veces una anécdota abre un pasillo en la memoria, como en la del protagonista viajero que recordará que Brecht pensaba que había dos clases de escritores: el visionario y el reflexivo. Kafka pertenecía a la primera al escribir En la colonia penitenciaria, sin saber que el nazismo lo haría realidad.
Hay un viaje final, el último que volverá de nuevo a establecer puentes entre los cuatro escritores protagonistas, y sus parecidas vivencias entre 1888 y 1934; acerca de sus vínculos con Kandinski, Grosz y el arte degenerado; con La defensa de Nabokov dedicada al desastroso jugador Luzhin y con la Novela de ajedrez de Zweig. Estaciones de paso de un viajero de lo cotidiano y de las huellas de la cultura que termina haciendo un hermoso homenaje a la Vida como Literatura.