El club de los editores muertos
La marca del editor
Roberto Calasso
Trad. Edgardo Dobry
Anagrama
176 páginas | 16, 90 euros
En medio del agónico panorama editorial, entre las agónicas cifras −el sector del libro ha caído en nuestro país un 30%, España es el segundo país con más piratería después de China−, los agónicos protagonistas y los agónicos lamentos, un editor alza su voz para proponer una estrategia de lucha. No es un editor cualquiera, se trata de Roberto Calasso, una institución: presidente y director literario de Adelphi, una de las editoriales más prestigiosas de Italia, traductor de Nietzsche y Karl Kraus y autor de una obra muy respetada, entre la que se encuentra un best-seller de mitología griega, Las bodas de Cadmo y Harmonía. Como un diminuto David frente al poderoso Goliat, Calasso se enfrenta al proyecto de digitalización universal de Google, puesto en marcha en 2005. Pero Calasso no apunta con su honda al amorfo y pujante Google, sino a los editores, sus colegas, reducidos a meros ejecutores, que “están colaborando con la tecnología volviéndose superfluos”. ¿Acaso hoy, cuando la autoedición en internet ya es una realidad, son necesarios los editores? Por supuesto, exclama Calasso, porque los editores son los garantes de un modo de conocimiento que prima la singularidad, los “libros únicos”, el “sonido justo” frente al “sonido falso” de las cosas, el “oro” frente al “latón”. Ah, pero David está solo, pues los editores auténticos, prosigue Calasso, “se pueden contar con los dedos de las dos manos”.
No pocos autores estarían de acuerdo con tal afirmación, pero es más eficaz que quien les dé una colleja a los editores sea alguien del gremio. Una colleja contundente, aunque elegante, pues Calasso habla como un artista europeo que se dirige a otros artistas. “Hoy, las editoriales, sobre todo las grandes, se presentan como masas informes en las que se encuentra de todo, con una especial inclinación por lo peor”, afirma en La marca del editor, un volumen que reúne conferencias y artículos donde defiende un modelo de editor y de edición en vías de extinción. No sólo ataca la desidia de los editores, también el “borrado de los perfiles editoriales”, los gerentes, la piratería… A la inmediatez de internet y la autoedición, Calasso contrapone la esencia del oficio: el juicio del editor, su capacidad para rechazar un manuscrito y su autonomía para buscar la forma que más convenga a la obra elegida: la portada −la piel de ese cuerpo que es el libro−, la solapa −una carta a ese desconocido que es el lector−, la colección, la manera de ser vendido… “A la larga, sólo la calidad no aburre”, advierte a sus colegas.
La marca del editor está dividido en cuatro partes: la primera está dedicada a la editorial Adelphi; la segunda, a la edición como género literario; la tercera a editores míticos como Giulio Einaudi, Peter Suhrkamp o Vladimir Dimitrijevic; y la cuarta dibuja el panorama de la edición: su brillante pasado, su turbulento presente, su incierto futuro. Hay una interesante pieza inédita: “Faire plaisir”. Jugando con la respuesta que daba Debussy a quien le preguntaba cuál era el fin de su música, Calasso aventura que ese debería ser también el fin del editor hoy en día: faire plaisir a esa tribu dispersa de personas que buscan algo que sea literatura, que sea pensamiento, que sea investigación, que sea oro y no latón.
Curiosamente, Calasso apenas se refiere a los autores. El editor será una especie en peligro, pero el libro y los escritores parecen ser inmunes a los cataclismos. Sólo al final, menciona brevemente la vulnerabilidad del escritor ante la piratería. Tan pocas líneas para el pobre autor, lastimoso y resistente como el escarabajo de Kafka.