El miedo, sus amigos y sus enemigos
Los miedos y el aprendizaje de la valentía
José Antonio Marina
Ariel
192 páginas | 19, 90 euros
El filósofo Thomas Hobbes ha pasado a la historia con fama de tipo duro. Por esta razón siempre sorprende la lectura de una de sus más conocidas citas del Leviatán: “Y en ese momento mi madre querida daba a luz a dos gemelos: yo y el miedo”. Sí, Hobbes nació con miedo, con el miedo transferido de su madre, que parió de forma prematura aterrada por el inminente peligro de la Armada Invencible de la monarquía hispana, en una Inglaterra del siglo XVI ya en crisis por sus guerras civiles. Si Hobbes reconocía su miedo qué podríamos decir los demás. Él vio que podía utilizarse como un instrumento para asegurar el orden político. Y Naomi Klein, siglos más tarde, ha mostrado su valor para aprovecharse de él política y económicamente en La doctrina del shock.
La lista de los miedos que ahora llamamos fobias ha crecido mucho desde los tiempos en que sufría la madre del filósofo. Fobias a los espacios cerrados o abiertos, al avión, a las alturas, a la oscuridad, a ser tocado, al mismo aire, como esos japoneses que caminan con sus mascarillas estampadas, como si fueran una prenda más. A todos estos miedosos les convendría leer el último libro de José Antonio Marina, Los miedos y el aprendizaje de la valentía. Con su lectura y esfuerzo, podrían superar sus problemas. Marina escribe en este libro como pedagogo. Por tanto su atención se concreta en los niños y adolescentes, si bien hay ejemplos de fobias que incumben a personas de mayor edad. El objetivo de la obra no es sólo describirlos, sino sobre todo superarlos porque las disfunciones emocionales impiden el disfrute de la vida.
Todos nacemos con miedo. Es nuestro gemelo. Nos sirve desde que salimos del útero materno para protegernos del peligro. La prudencia surge del temor y no por ello resulta perjudicial. Al revés, se emplaza bien arriba en la lista de virtudes. Pero la obstinación miedosa produce patologías que confinan el placer, la creatividad y, en defintiva, el desarrollo de las capacidades, por decirlo en el lenguaje de Martha Nussbaum. Por eso Marina insiste en el aprendizaje de la valentía.
Un aprendizaje que es posible porque si bien el miedo es genético, también hay pruebas de que la experiencia, la práctica, puede modificar la fisiología del cerebro. Activos y no pasivos, seguros y no inseguros, autónomos y no dependientes, creativos y no rutinarios, tenaces y no inconstantes: la educación, de los padres y maestros, debe tener como ideal que hijos y alumnos aprendan a moldear su carácter y a combatir los miedos para que se atrevan a vivir bien consigo mismos.
Marina resume así, en negativo, su programa pedagógico: “Si usted quiere tener un niño miedoso, provóquele situaciones traumáticas, anímele a que imagine cada vez más peligros potenciales, debilite su capacidad de control, dele ejemplos de cobardía, háblele de lo aterrador que es el mundo, protéjale para que no se sienta nunca mal, anticipe sus necesidades, resuélvale sus problemas, enséñele a evitar enfrentarse, premie sus huidas, tema sus miedos más que él”. Por lo tanto, si quiere que su hijo sea valiente, haga lo contrario.
Regular o educar las emociones no sólo es posible, sino también muy recomendable. Las funciones ejecutivas del cerebro, bien adiestradas, ayudan a que las emociones se alíen con la inteligencia y den un primer aviso de por dónde pueden ir las cosas. También la valentía depende de las emociones. Si están bien atemperadas empujarán conseguir los objetivos, y si no lo están provocarán conductas temerarias o fóbicas.
Este libro sobre el miedo y el valor tiene algo de las éticas escritas por los griegos. Ellos decían que el carácter de cada uno es su destino. Y parece sensata esta aseveración. Solo que, como avisa Marina, el carácter también puede modificarse por la educación y así todos somos dueños, en buena medida, de nuestro destino.