El pasado viviente
El pacto con la serpiente
Mario Praz
Trad. José Ramón Monreal
Acantilado
664 páginas | 38 euros
Relativamente al margen de la corriente académica de su tiempo, tanto por su orgullosa extravagancia como por la personalidad atrabiliaria de un autor que no ocultaba su desdén por el mundo actual ni su gusto reaccionario y antimoderno, la obra del gran crítico y ensayista italiano Mario Praz destaca por su minuciosa erudición y su vastísima cultura, que va siempre más allá del eventual objeto de análisis y conjuga con admirable fluidez el imaginario del arte y el de la literatura. Bibliófilo y coleccionista de antigüedades, Praz desarrolló un modo brillante y heterodoxo de abordar la crítica, no distanciándose como juez de los autores o las obras en los que se inspiraba —hasta cierto punto sus contemporáneos, desde luego más que los que le correspondieron por nacimiento— sino vinculándose a ellos por un procedimiento de aproximación que recreaba más que describía. Menos intérprete que heredero, el estudioso dejó un autorretrato insuperable en su singular libro de memorias, La casa de la vida, que es también un inventario de objetos y da fe de su inclinación por el fetichismo. Muchas décadas antes, en plena juventud, escribió un irónico y desmitificador libro de viajes donde recogió sus impresiones de España, Península pentagonal, que al margen de su voluntad provocadora mostraba ya una característica independencia de criterio.
El volumen ahora traducido toma su título del macabro cuadro del discípulo de Durero, Hans Baldung Grien, que ilustra la cubierta, Eva, la serpiente y el diablo, y su contenido misceláneo continúa expresamente —en calidad de paralipómenos o añadido— la línea trazada en el temprano y magistral La carne, el diablo y la muerte en la literatura romántica, considerada una de sus obras mayores y asimismo disponible en Acantilado. Hay que precisar, sin embargo, que cuando Praz habla de literatura romántica no se refiere sólo al movimiento que con ese nombre sucedió a la edad neoclásica, sino al entero siglo XIX —por el que sintió una devoción particular— desde las postrimerías de la Ilustración hasta los umbrales de la vanguardia. De este modo, los ensayos reunidos en El pacto con la serpiente, imagen que “simboliza la parábola de la sensibilidad acicateada por la imaginación”, parten —no siempre desde una perspectiva celebratoria, dado que la mencionada devoción dista de ser acrítica— del horror gótico y llegan hasta el art nouveau e incluso el expresionismo de Kokoschka, distribuidos en secciones dedicadas a los prerrafaelitas, los padres del esteticismo o una galería de excéntricos donde conviven autores como Symonds, Wilde, Vernon Lee, Beerbohm o Walter de la Mare, además de un llamado museo dannunziano y del apartado dedicado a Proust. La especialidad universitaria de Praz fue la literatura inglesa, pero ya se ve que sus intereses se extendían a las otras europeas y que en ellos, también aquí aunque en menor medida de lo acostumbrado, tenía un lugar importante el estudio de la iconografía.
Como afirma Giovanni Macchia en el Postfacio, Praz gusta de eludir el panorama en favor del detalle y su método, la “exploración aproximada”, indaga en una red de relaciones que trasciende el contexto inmediato. Precisa Macchia que el ensayista, pese a su fascinación por los “materiales morbosos e inquietantes”, no transmite, pues los evalúa desde la serenidad, la sensación de identificarse con ellos, pero es indudable que Praz —al que sus mediocres detractores presentaban rodeado de un halo demoniaco— tenía debilidad por el decadentismo. Y que como todos los estetas albergaba la impresión de haber nacido en un siglo equivocado. Su prosa no sólo erudita, sino invariablemente lúcida, contiene humor, destellos de ligereza y otros de melancolía, la de quien dialoga con una época que sabe acabada pero se resiste a dejar la conversación, como si temiera que de hacerlo se disiparía el hechizo: la ilusión de habitar lo que Régnier llamó, en su novela sobre la nostalgia dieciochesca, el pasado viviente.