El poeta de cuero
Lou Reed era español
Manuel Vilas
Malpaso
208 páginas | 17,50 euros
Tenía 12 años, y estaba rodeado de mucha caspa tardo franquista, el buen Manuel Vilas cuando decidió convertir a un tipo raro y peligroso del que hablaban unas revistas musicales que rara vez llegaban a su pueblo en su guía, modelo y psicopompo. Era aquel un hombre que era más que un hombre. Se llamaba Lou. Se maquillaba a veces de mujer, vivía en el Nueva York donde muchos desarraigados creaban su Neverland, cantaba con una voz única letras de sangre, tripas y vertedero y se calmaba las venas y el dolor con heroína. Mientras el chavalín de Barbastro iba dibujando a aquel ser casi mitológico vestido de cuero y gafas negras se le revelaba un mundo inimaginable. Lou Reed se convirtió para Vilas, de una manera obsesiva, en un trasunto del Bogart al que invocaba Woody Allen en aquella comedia sobre hombre que no sabía de artes amatorias. Aunque Lou nunca le dijo nada a Vilas. Pero este le siguió como un apóstol obsesionado por la España de los autocares llenos de chacina y bocadillos de tortilla. La España que mutilaba sus discos y donde se llamaba maricón a cualquiera que no llevase uniforme de grisura. Le recolectó en tiendas de discos de Andorra, en los Popular 1 y Musical Express, en los periódicos y telediarios, lo siguió como un paletillo avergonzado y fiel por los conciertos capitalinos. Y así aprendió su idioma y acabó entendiendo lo que había detrás de sus canciones. Descubrió la poesía. Aprendió de él como si fuese el Elegido. Y se fue convirtiendo en su evangelista hasta dejar de ser un chico de pueblo. Pero, lo más hermoso, es que aprendiendo de un Enviado tan lejano a su país y su cultura, fue entendiendo cada vez más y mejor cuáles eran sus raíces hispanas.
Con los años, Vilas se ha ganado los calificativos de escritor peligroso, inesperado, libérrimo, creativo y polifacético. Calificativos que ostentó su ídolo de adolescencia. Poeta, ensayista, crítico, novelista, Vilas ha construido su identidad y su prestigio gracias también al magisterio inconsciente de uno de los poetas más grandes que el rock & roll ha dado. Este libro es una crónica de dos personas que nunca se encuentran pero que acaban fundiéndose en un nuevo ser gracias a la magia arcana de la literatura. Narra los viajes a España de Lou Reed durante sus giras, conciertos, entrevistas. Y narra, paralelamente, la odisea de un zagal que se va haciendo hombre mientras busca oportunidades para verlo y escucharlo. De ese doble camino Vilas extrae una crónica precisa con mucho humor de los años de la Transición, la llegada de la democracia, los años ochenta y, en suma de la evolución de un país lleno de miedo a otro lleno de abulia que vivió entre medias un tiempo de exaltación. Mientras Vilas aprende y, sobre todo, integra su tradición, descubre su idioma y las artes de la poesía y la literatura, Lou Reed sigue viniendo a España. La ósmosis se completa cuando Vilas comienza a vivir entre España y Iowa (EEUU) y Lou Reed muere en 2013, como casi todos los guerreros de esa estirpe indomable. Y mientras yo paladeaba este texto único, su autor publicaba otro ensayo reportajeado, América, donde ha querido viajar a los graneros de votos donde Trump ha construido su imperio. Un libro donde mira a su Arcadia adolescente ahora convertida en un país empobrecido y lleno de miedo. Y donde, observa, que su lengua, el español, es un pasaporte de segunda categoría. Ya puede contar sin tener que preguntarse qué hubiera hecho o dicho Lou. Ya lleva a su maestro dentro y mira a los EE UU como seguramente Reed miraría a aquella España de obispos y militares que censuraban sus canciones y portadas. Reed murió tan español como Vilas mira hoy hispanamente a una América que conoce bien. Ambos aprendieron a mirar más allá de lo evidente gracias a la única lingua franca de los hombres: la del poeta que sabe que solo se recoge lo que se siembra.