En la mente de Philip K. Dick
Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos
Emmanuel Carrère
Trad. Marcelo Tombetta
Anagrama
376 páginas | 21,90 euros
En su última novela hasta la fecha, El Reino, un brillante artefacto que continuaba su personal manera de combinar la autoficción y el relato real, aplicados nada menos que a recontar los orígenes del cristianismo, relataba Carrère las circunstancias personales que atravesaba por la época, principios de los noventa, en que decidió emprender, tras una crisis espiritual y también creativa, un ensayo biográfico dedicado a la figura y obra del narrador estadounidense Philip K. Dick. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993) fue el libro con el que rompió el bloqueo y a la vez inauguró, aunque esto no podía saberlo entonces, el tono — aún no consolidado, pero ya distinto— que caracterizaría su producción narrativa posterior. La biografía, que es también una aproximación crítica, fue publicada en España por la editorial que acoge toda la obra del norteamericano, Minotauro —la cubierta llevaba una viñeta de The Religious Experience of Philip K. Dick del gran Robert Crumb— y ha vuelto a las librerías de la mano de Anagrama, el sello habitual de Carrère que está recuperando también las novelas de sus inicios.
Se trata, como sabrán quienes lo hayan leído, de un libro extraordinario, obra de un escritor devoto de Dick que contagia desde el principio su fascinación, pero a la vez la sustenta y no deja de reflejar tanto el indudable genio del biografiado como sus conocidas extravagancias y debilidades, que lo llevaron muchas veces —pues nunca dejó de mirar a la oscuridad— al borde del abismo. Más allá del ámbito de los aficionados al sci-fi, el autor de novelas míticas como El hombre en el castillo, una ucronía en la que especulaba sobre las consecuencias de una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial; Los tres estigmas de Palmer Eldritch, donde llevó a sus últimas consecuencias los experimentos con las drogas psicodélicas que por entonces no había probado; ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, famosamente adaptada al cine con el título de Blade Runner, o Ubik, de la que procede el título del ensayo de Carrère, se convirtió ya en vida en un escritor de culto y en algo parecido a un icono pop, pero las últimas décadas no han hecho sino confirmar la dirección profética de sus intuiciones, no tanto porque se trate de predicciones estrictas como por el hecho de que apuntan a algunos de los debates más controvertidos e inquietantes de nuestro tiempo.
En muchos aspectos un producto típico de la contracultura, Dick se movió entre la lucidez visionaria y el delirio psicótico, pero su interés por la religión, la filosofía y la mística era genuino y se filtra en los mejores de sus relatos, que son mucho más que marcianadas. En lo personal, Carrère describe el carácter atormentado del escritor, sus fracasos matrimoniales, el abuso de los fármacos, los internamientos psiquiátricos o el trauma por la muerte de su hermana melliza, así como sus experiencias sobrenaturales y las revelaciones que interpretaba como signos de una inteligencia divina o extraterrestre. Obsesionado por la idea de una realidad escindida, Dick acabó viviendo en propia carne, al más puro estilo conspiranoico, las vivencias extremas de sus personajes.
Podrá decirse que la desmesurada trayectoria de Dick se lo ponía fácil, pero no cabe minusvalorar la admirable capacidad de Carrère para meterse en la piel —más aún en la mente, que es lo que literalmente se propuso— de una personalidad compleja, recreada en páginas absorbentes e incluso hipnóticas. Merecen todos los elogios el modo sutilísimo en que buscó y encontró reflejos biográficos en los argumentos de las novelas y la libertad de criterio que lo llevó a reivindicar la pertenencia de un autor evidentemente desquiciado, un completo outsider que para colmo pertenecía a la poco prestigiosa galaxia pulp, en el canon de la novela norteamericana. En él figura y su victoria póstuma es tanto más digna de ser celebrada por cuanto —al contrario de lo que pensaba el mismo Dick, que intentó en vano distanciarse del género al que debía sus mayores éxitos— ha logrado la consideración de maestro desde los arrabales donde muchos lectores prejuiciosos siguen situando lo que definen como subliteratura.