Genética cultural
Biografía de la humanidad
José Antonio Marina, Javier Rambaud
Ariel
576 páginas | 19,90 euros
Desde que ganara los premios Anagrama y Nacional de Ensayo con su primer libro, Elogio y refutación del ingenio, José Antonio Marina no ha dejado de emprender nuevos trabajos que más de un cuarto de siglo después conforman una bibliografía cercana al medio centenar de referencias, donde se alternan los títulos firmados por él mismo o en colaboración con otros autores que abordan temas centrales como la inteligencia, la creatividad y la educación, situados en un marco general al que se suman incursiones en la teoría de los sentimientos, las creencias religiosas, el lenguaje, la ética o la política. Escrito con el historiador, editor y traductor Javier Rambaud, el último proyecto del pensador toledano es una ambiciosa Biografía de la humanidad que responde a esa voluntad abarcadora — infrecuente entre nosotros, pero muy fecunda en otras lenguas— entendida en su máxima expresión, dado que comprende a la especie en su conjunto y la retrata en su devenir milenario. Forzando los límites etimológicos del término, en principio referido a los individuos, hay biografías de ciudades, países, siglos o civilizaciones, pero lo que los autores proponen aquí es un recorrido universal por la “evolución de las culturas” a partir de una perspectiva histórica que resta importancia a la herencia biológica en favor de lo que los hombres, “animales espirituales”, han creado desde que nuestros más remotos antepasados empezaron a producir cultura.
“En todos nosotros resuenan voces antiguas, cuya procedencia desconocemos”, leemos en la introducción, donde Marina y Rambaud invitan a preservar —en un tiempo obsesionado por la innovación, cuyos apóstoles pronostican el nacimiento de una era completamente distinta— una memoria colectiva donde se cifraría lo específicamente humano. Si el genoma biológico ha logrado descifrarse, añaden, tal vez sea oportuno hacer lo propio con el que no se hereda a través de la sangre: en ese sentido hablan de una “genética cultural” que comprendería todo un caudal de “instituciones, códigos, lenguajes, técnicas” transmitido a lo largo de incontables generaciones. Nuestro presente es el resultado de hechos, relatos y decisiones del pasado cuyas evoluciones pueden identificarse para hilar una secuencia reveladora, pero esta no se compone por acumulación, sino atendiendo al “esfuerzo coral” del que nacieron tanto las realizaciones admirables, tan precarias, como la destrucción y el espanto. Los hechos culturales tienen una dimensión psicológica y muestran, como ya sugería Dilthey y probaron los estudiosos de la historia de las mentalidades, la “intimidad de la especie”, cuya unidad fundamental comprende las diferencias y a la vez las trasciende.
En el mismo preámbulo, donde defienden el “carácter programático” de su Biografía, los autores abogan por una “ciencia de la evolución cultural de la humanidad” que reclama un punto de vista unitario y permite enunciar la denominada “ley del progreso ético” —de raíz netamente ilustrada— por la que la liberación “de la pobreza extrema, de la ignorancia, del dogmatismo, del miedo y del odio al vecino y al diferente” abre el camino a un modelo universalmente válido. No vemos que ese humanismo “de tercera generación” sea exactamente nuevo, pero sí parece más necesario que nunca cuando tantos invocan supuestas especificidades —nacionales, religiosas o políticas, en definitiva identitarias— que justificarían vías alternativas a las señaladas por un ideario en lo fundamental esbozado —y demasiado bien sabemos que no evitó atrocidades nunca vistas— en la edad neoclásica. “Nada —en efecto— nos asegura un final feliz”, pero es importante saber de dónde venimos y adónde queremos ir, quiénes y desde cuándo han pensado las mismas cosas y qué respuestas aportaron, cómo unas soluciones se impusieron a otras y cuáles han sido benéficas o qué otras resultaron nefastas.