Justicia para las personas
La idea de la justicia
Amartya Sen
Trad. Hernando Valencia
Taurus
504 páginas | 21,75 euros
En el entorno de la Ilustración europea, una serie de pensadores de fenomenal talla, entre los que cabe citar los casos de John Locke, Inmanuel Kant y Jean-Jacques Rousseau, se empeñó en señalar los esquemas institucionales justos para la sociedad. Este enfoque, que Amartya Sen califica de institucionalismo trascendental en su esclarecedor La idea de la justicia, concentró su atención en identificar qué cosa fuera una justicia perfecta, antes que en comparaciones relativas a propósito de qué cosa fueran lo justo y lo injusto. El punto focal de esta perspectiva no tenía pues que ver con la comparación entre sociedades reales, sino que su búsqueda se orientó hacia la naturaleza de la justicia, primando por ello el hallazgo de las instituciones adecuadas para que sus ideales se encarnasen. Estas evidencias, que hallaron su precedente en el Leviatán de Thomas Hobbes e informan en nuestros días el trabajo de pensadores como John Rawls o Ronald Dworkin, establecieron un hipotético contrato social, comprometido como alternativa ideal al caos que de otra forma regiría las sociedades, de modo que los contratos apuntaran, en su mayoría, no tanto a la discusión en torno a las sociedades empíricas existentes como a la elección de las instituciones que mejor satisficieran las condiciones de ese pacto entre el individuo y los poderes.
En contraste con este institucionalismo trascendental, Sen menciona el trabajo de otros teóricos de la Ilustración, entre los que insinúa los nombres de Adam Smith, el marqués de Condorcet, Mary Wollstonecraft, Jeremy Bentham o Karl Marx, quienes adoptaron enfoques comparativos que se ocupaban de las realizaciones sociales resultantes de instituciones y comportamientos reales. Aunque los autores señalados propusieron muy distintas formas de comparación social (del espectador imparcial de Smith al utilitarismo de Bentham, pasando por la pionera vindicación de los derechos de la mujer en Wollstonecraft), en todos ellos subyacía la idea de privilegiar los hechos positivos y tangibles de la vida real en lugar de orientar sus análisis hacia la búsqueda trascendental de una sociedad perfectamente justa. En consecuencia, lo que a estos autores les interesaba no era tanto alcanzar una justicia ideal, sino eliminar la injusticia manifiesta que observaban en el mundo. Y este empeño, según Sen, es el que ha venido guiando su propia tarea a la hora de acercarse a la pregunta seminal por la justicia. Pues, en opinión del intelectual indio, las exigencias de la justicia deben priorizar la eliminación de los abusos y desigualdades existentes antes que concentrarse en la búsqueda a menudo vana de la sociedad perfectamente justa.
La idea de la justicia es una obra tan vasta como diáfana. Sen logra en ella no sacrificar la ambición del asunto al aspecto pedagógico con que organiza su discurso. Ello añade valor a un texto que, al tiempo que indaga en la constelación de sentido de las más grandes palabras (justicia, libertad, igualdad, razón, democracia, derecho, deber, responsabilidad), acompaña al lector sin abandonarle a la dialéctica de los discursos hueros y los formalismos inanes. Lo cual, huelga decirlo, no es el menor mérito de un libro repleto de ellos, consagrado como está a defender la convicción de que la significación de nuestras vidas no se puede guardar en la pequeña caja de los niveles de ingreso o de satisfacción, sino que debe atender a la relevancia vital de los valores que mueven a las personas.