La extremada libertad de la voluntad
De la amistad extrema. Montaigne & La Boétie
Jean-Luc Hennig
Trad. Ana Herrera Ferrer
Ariel
287 páginas | 21,90 euros
Michel de Montaigne pensaba, quizá con Sócrates y con Platón, que la amistad es lo más profundamente libre que existe. Pero hay un instante, que son la suma de sensaciones y certezas de un conjunto de instantes, en que la amistad deriva hacia el amor. ¿Qué sucede si ese amor no tiene el obstáculo o el añadido de la carne? A veces se convierte en amistad extrema. O en libertad extrema. O en un sentimiento complejo que invita a realizar como una expedición de incidencias inesperadas y gozosas que puede resultar fascinante porque mezcla la emoción, la inteligencia, la filosofía y tal vez la identidad. Algo de todo ello, o en realidad mucho, hay en este libro de especial delicadeza, lleno de detalles, de libros, de indagaciones biográficas y también de enigmas.
Michel de Montaigne (1533-1592) fue un adelantado a su tiempo, un ensayista lúcido y a veces insondable por la magnitud de su sabiduría. Étienne de la Boétie (1530-1563) es escritor también, escritor impelido por la fuerza de Montaigne (aquí dice Jean-Luc Hennig que el escritor Montaigne le debía mucho a La Boétie), capaz de escribir poemas apasionados, a la manera de Petrarca y capaz de seducir a una mujer como Marguerite de Cale. Un día, en 1554, jóvenes aún, Montaigne se encuentra con el poeta y escritor de manifiestos o de libelos peligrosos en París.
Aunque será unos años después cuando empiecen a relacionarse, a forjar esa “amistad extrema” del título: hablan, se ven, mantienen un poco al margen a sus respectivas compañeras o amantes (Montaigne tenía muchas y alimentaba su corazón con numerosas cartas). Y se convierten en imprescindibles el uno para el otro. Se intercambian textos, cartas, manuscritos, proyectos, poemas. La Boétie, “el poeta de la rabia de amar” que escribe por necesidad, dirá que Montaigne es “el juez más equitativo de mi espíritu”. Dice Hennig: “Que la relación entre Montaigne y La Boétie pudo fundarse en la belleza, la de Montaigne, naturalmente, es algo seguro”. Y algo más adelante añade: “Que hubiese podido producir un ‘ardor inmoderado’ en La Boétie, sí, sí y tres veces sí”.
Aquí la amistad se desplaza hacia el amor y quizá aparezca el sexo, pero eso pertenece al círculo del secreto. Ambos eran heterosexuales. Lo que sí está claro es que su relación es analizada en clave del amor cortés, se compara con el vínculo entre Lanzarote del Lago y Sir Galván, se alude a Plutarco y, muy especialmente, a la atracción que sentía Sócrates por el bello Alcibíades. Este es un libro lleno de matices, de senderos que se bifurcan, de diálogos ante el espejo de la filosofía y de la historia, pero también es un libro de calado poético, de exaltación de la poesía y de exaltación del amor a través de la virtud y el reconocimiento del otro.
La Boétie murió en 1563 y dos décadas después Michel de Montaigne lo recordaba como algo excepcional en su vida. Y ahí, en esa mirada hacia atrás y en esa sensación de pérdida, de ver interrumpida aquella plenitud, también está una de las pequeñas maravillas del libro, porque —como se dice en algún momento— la ausencia es la clave de su amistad, real y mitificada, proyectada en el tiempo. Al fin y al cabo, dice Hennig, “esa amistad adquiere aspectos irreales, halos, brumas, fragmentos de recuerdos, vaharadas súbitas, rumores imperceptibles”.