La fiesta obsoleta
La ceremonia caníbal
Christian Salmon
Trad. Inés Bértolo
Península
144 páginas | 12,90 euros
Lo saben todos los poetas y místicos. Hasta los profesores de gramática generativa: en el principio era el verbo. Pero no un verbo cualquiera, no ese placebo de la comunicación que hoy usamos. Sino el verbo que precede a la cosa, la palabra mágica y revelada. Decía Hannah Arendt que “nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político”. No lo diría por los momentos que actualmente vive la política internacional. Como bien analiza y disecciona el historiador, politólogo, ensayista y miembro investigador del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique), Christian Salmon en este libro, la democracia actual se encuentra en el estado más bajo de las últimas tres décadas, desposeída de su función de debate público y presta a acabar fagocitada por el temor a los sondeos de opinión, los cambios en los criterios económicos de las corporaciones, el desarrollo de las políticas neoliberales que han arrasado el Estado del Bienestar y, sobre todo, el cambio que las tecnologías de comunicación han traído a nuestros usos, costumbres y economías.
Salmon hizo fortuna hace cinco años con el ensayo Storytelling, donde demostraba cómo los candidatos electorales abandonan idearios y programas para presentarse como gente con una historia que contar. De esta manera, el storytelling o ‘relato’ del aspirante se transforma en la madre del cordero de las elecciones. Cordero sin chicha, claro, pero que mientras pueda articularse, funciona. Así que, para asegurar el funcionamiento, al menos durante la campaña, el candidato tiene que dar el papel y no meter la pata. La consecuencia es sabida: si alguien tiene algo diferente que contar, algo que genere controversia, ya se guardará de hacerlo, salvo que propicie estocada para el rival.
Irónico, Salmon se pasea por hechos recientes —campañas de Obama en EE.UU. en 2008 y 2011, y de Sarkozy y Hollande en Francia, desgranando la caída en desgracia de Strauss-Kahn— para ir relatando el día a día de las acciones mediáticas de los candidatos y sus efectos en el resultado electoral merced al quebranto o el refuerzo de sus relatos. En un mundo donde la derecha se transforma en Tea Party y la izquierda “preferiría no hacerlo” —izquierda Bartleby, la llama Salmon—, la no hace tanto llamada “fiesta de la democracia”, esto es, el ritual de campañas y votaciones que daba cierto sentido a la creencia de que los gobernantes son elegidos por el pueblo tras un debate y confrontación de ideas públicas, se ha convertido en un feroz y caníbal enfrentamiento mediático. La maquinaria política se hace hoy en los despachos de los analistas, consultores y publicistas que diseñan padres de la patria con obsolescencia programada, que deben ser consumidos con la misma voracidad con que compramos bombillas. La democracia occidental es hoy una guerra efímera por las audiencias. ¿Hay esperanza para Salmon? Si acaso, la destrucción de un sistema cada vez más rechazado en redes y plazas. La vieja política participativa de Occidente es hoy nostalgia. Lo que queda es un eterno casting para entrar en la casa de Gran Hermano, donde los candidatos solo aspiran a ganar la edición anual del concurso y, acaso, a mantenerse durante un tiempo alrededor del circo. Y todo merced al poder del relato, del verbo. Pero el verbo del político ya no sale ni de la boca de su partido. Su idea más recurrente, la conocemos todos: “sin comentarios”.