La generosidad del novelista
Viajes con un mapa en blanco
Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara
216 páginas | 17,90 euros
A l contrario de los ensayos escritos por críticos, los libros en que los escritores reflexionan sobre su oficio y sus lecturas tienen un encanto especial. Entre los primeros, por muy inteligentes, audaces y pertinentes que sean, siempre late una antipatía: el lector no puede evitar la sensación de que está recibiendo una clase. El texto, por tanto, se llena de certezas. Pienso en maestros muy distintos, como Harold Bloom o Terry Eagleton, que tienen en común su voluntad de crear e imponer un canon. Sin embargo, cuando es un escritor quien medita y da vueltas acerca de sus pasiones y su relación íntima con los libros que más le han marcado, aparecen libros de una belleza rara, que tienen poco de doctorales y mucho de conversadores. Decía W. H. Auden (grandísimo crítico, pero no menos grande poeta) que, cuando un autor comenta la obra de otros autores, no hay que leer esas opiniones como un intento de comprender o criticar la obra ajena, sino como una confesión: el escritor, al hablar de otros, está hablando de sí mismo. Y, al hacerlo, sustituye las certezas del crítico por las incertidumbres del explorador. Por eso, al acabar Viajes con un mapa en blanco, tengo la sensación de que conozco a Juan Gabriel Vásquez, como si hubiese pasado muchas horas conversando sobre literatura con él.
Viajes con un mapa en blanco es uno de esos libros heterogéneos que surgen por acumulación de materiales, fundamentalmente conferencias, que, al juntarse sorprenden por su unidad y por lo bien que explican la poética del autor. Vásquez, autor de novelas ya imprescindibles, como El ruido de las cosas al caer, Los informantes o La forma de las ruinas, es uno de los narradores en español más imponentes e importantes, que sabe poner su prosa a la altura de su ambición. Por eso, en esta colección de ensayos no habla de autores menores ni de libros recónditos, como haría un erudito pomposo, sino que se atreve con los grandes mitos de la literatura. Aquí se habla de Cervantes, con una lectura actual del Quijote y su significado para los novelistas de hoy, de los maestros del boom, de su amadísimo Joseph Conrad (a quien le dedicó una biografía), de Tolstói, de Joyce y de la función y la vigencia de la ficción en la narrativa contemporánea.
En unas páginas felices dedicadas al Quijote, Vásquez afirma que “la novela crea nuestra noción de individuo”, en una teoría sobre la fuerza civilizadora de las ficciones que se parece a la teoría que expone Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro. Vásquez y Pinker coinciden en que la novela (y Cervantes como fundador del género) marca un cambio de sensibilidad rotundo en Occidente, al contar historias de personajes comunes con los que los lectores podían identificarse y, por tanto, comprender. Es decir, educó a millones de personas en la empatía y la compasión.
“Las grandes novelas reflexionan sobre el arte de escribir novelas”, apunta en otro de sus brillantes ensayos, que trazan círculos sobre una cuestión capital: ¿cuál es el papel del novelista (es decir, del propio Vásquez? ¿Para qué diablos escribe? La respuesta la encuentra meditando sobre Conrad: para “rescatar aquellos movimientos de nuestra sensibilidad, nuestra moralidad, que no tienen cabida en el trabajo de historiadores o periodistas porque ocurren en lugares a los que ni los periodistas ni los historiadores tienen acceso”. Al cerrar el libro, tiene uno la sensación de haber espiado el lugar de trabajo de Juan Gabriel Vásquez, y siente la gratitud y la felicidad que los lectores proyectan sobre los autores generosos.