La invención de Buñuel
Luis Buñuel, novela
Max Aub
Cuadernos del Vigía
604 páginas y dvd con las conversaciones | 45 euros
Al comienzo de este libro extraordinario, complejo, lleno de chaflanes y costados, inacabado y ahora recompuesto por segunda vez, su autor, Max Aub, proclama que es una pena que Luis Buñuel (Calanda, 1900-México 1983) no escribiera un libro sobre él. Y seguidamente nos ofrece cuatrocientas páginas desbordantes sobre su amigo, el director de cine aragonés. Entrevistas, apuntes, diálogos, una lección de lo que otros llamaron nuevo periodismo a las que añadir, en esta estupenda y definitiva edición de Cuadernos del Vigía, otras doscientas más de bocetos generacionales. “No tengo sino tres años menos que él; total, nada (…) Los dos somos desterrados, sombra llena de rasguños de nuestros siglo”, agrega. Ya que no podemos saber cómo sería el Aub de Buñuel podemos plantearnos quién es el Buñuel de Aub (tanto monta). Max Aub, uno de los grandes autores en lengua castellana del siglo pasado, nacido en París en 1903 y fallecido en México en 1972, sostiene que el Buñuel de su novela (porque llama así a la biografía-novela) es un personaje con el que mantiene la relación propia de un creador con su criatura. “¿Qué más da que se reconozca si soy capaz de crear un señor que se llama, para los demás, Luis Buñuel?”.
La transformación en palabras de cualquier realidad, incluidas las personas, es suficiente para que la subjetividad convierta a quien escribe en autor y al individuo descrito en personaje. La fidelidad a la verdad es un mérito, sí, pero de segundo grado. “A veces las biografías son las historias más falsas que se han contado”, advierte Max Aub. Así que mejor admitir desde el principio que se está novelando y mezclar, para acercarse a la “verdad inalcanzable”, sueño con razón, día con noche y verdad con mentira.
El hecho de que un amigo escriba de otro, nos sugiere Aub, no se puede interpretar como indulgencia ni mucho menos como tolerancia. “Todos los que escriben sobre Buñuel lo hacen para defenderlo (…) Acaban por demostrar que no es nada, blanca paloma”. Así que carga la escopeta y dispara una especie de argumento ontológico de San Anselmo pero al revés: “Luis Buñuel no es Dios, lo cual es afirmar que existe”. Y más: no fue un niño prodigio sino un señorito rico que se fue a Madrid a la Residencia de Estudiantes a hacer cine.
Y a partir de ahí Max Aub crea una criatura fascinante y hondamente contradictoria en medio de un mundo violento e intenso. Un surrealista que en realidad fue toda su vida un nihilista; un tipo que se proclama a lo largo de su vida “enemigo de la ciencia” con tal de salvar los misterios, que también sostiene que no le interesa el arte y que estaría dispuesto a “quemar todas las obras” sin el menor remordimiento porque ni sirven ni han servido para algo; un defensor de Stalin que jamás pisó Moscú y que prefería de largo la vida en Nueva York, y un creador que soñaba con hacer una película en contra de “los comunistas, los socialistas, de los católicos, los liberales y de los fascistas”. Fue “rico, ateo, comunista (hasta donde puede serlo un señorito rico); genial como director de cine y blasfemo; auténtico, no intenta engañar a nadie; putero, cazador, atrabiliario y buena persona”. Un director que logró el reconocimiento con solo tres películas (Un perro andaluz, La edad de oro, Las Hurdes) y que no tuvo inconveniente en realizar otras, que no parecen suyas, solo para vivir.
Pero este libro —inabarcable en una crítica— es más que la novela de Buñuel (reconstruida modélicamente de diferentes archivos por Carmen Peire), es una “historia muy parcial” de los dos primeros tercios del siglo pasado. “Mi personaje”, confiesa Aub, “es mi época”.