La locura deliciosa de la santidad
Lágrimas y santos
Emil Cioran
Trad. Christian Santacroce
Hermida
200 páginas | 17,90 euros
El poder de fascinación de la escritura de Emil Cioran es inversamente proporcional a la complejidad de desciframiento de su mensaje. Desde que desembarcó en España en 1974 de la mano del joven Fernando Savater la acogida ha sido creciente hasta el punto de que su apellido se cita con la misma naturalidad que el de los grandes pensadores: “como dice Cioran…” ¿Pero qué diablos nos quiere decir Cioran con su metódico nihilismo y con su obsesión por desacralizar certezas en cada uno de sus libros? Sus advertencias contra cualquier tipo de complacencia ¿van dirigidas contra alguien o son un desahogo contra todos y contra nada? No hay modo de saberlo.
Por más que uno confíe en haber descubierto por fin al impostor, una página más adelante vuelve a caer rendido ante un nuevo embauco y vuelve a tomar partido. Lágrimas y santos, escrito en rumano entre 1936 y 1937 durante su etapa como profesor de filosofía y lógica y publicado medio a escondidas a continuación, no solo no aclara todos esos enigmas sino que multiplica su complejidad. La aparición del libro le supuso a Cioran la ruptura, primero, con Mircea Eliade, y después con su propia madre. Ambos no supieron apreciar lo que, según el autor, era el primer ensayo de mística escrito en los Balcanes.
Aquellos años forman parte del periodo políticamente más oscuro de Cioran. A pesar de la abundante bibliografía en español extraña que no exista aún una versión del volumen que en 2002 publicó en París Alexandra Laignel-Lavastine con el título de Cioran, Eliade, Ionesco: l’oubli du fascisme sobre las implicaciones de los tres compatriotas con el totalitarismo. El libro ahonda en la vida de todos ellos y, en el caso de Cioran, descubre textos como Transfiguración de Rumanía (1936) de raíz antisemita o saca a la luz su estancia en el Berlín de Hitler o sus vínculos posteriores, cuando se estableció en Francia, con el régimen de Vichy.
Como libro de mística hay que reconocer que es raro. A pesar de sus indagaciones ilimitadas en los secretos del contacto con la divinidad, las reflexiones de Cioran siempre siembran una inquietud: ¿y si todo es un juego de manos o palabras?
Hay un tanto a su favor: en los años que escribió Lágrimas y santos admite que tuvo experiencias de éxtasis, “instantes en los que uno es conducido fuera de las apariencias”. Es decir, que sabe de lo que habla. Sin embargo, no es fácil asumir con gravedad mística pensamientos tales como que “el hombre se emborracha para acordarse de Dios”, que “la sexualidad es la única puerta hacia el cielo de toda la biología”, que entre todos los santos siempre preferirá a Nerón o que “la santidad es la negación de la vida por la histeria del cielo”.
Son tan brillantes, tan inquietantes, tan oscuramente líricos (“solo el burdel o una lágrima de ángel pueden salvarnos del terror a la muerte”) que es imposible encasillarlos en un género por excelso que sea. A lo sumo, la de Cioran sería una mística tan cargada de ironía autodestructiva que volaría por los aires después de cada tentativa. ¿Y por dónde debemos tirar si ni siquiera la mística hace justicia a nuestro santo contemplativo? Cioran abre una salida: la música, que se convierte en una certeza más sólida que la divinidad, por sutil que sea sus sustancia: “¿Se puede amar después de Bach? Ni siquiera después de Haendel”.
Y quien dice la música dice la literatura. Hay algunos parágrafos del libro que sugieren la presencia inmanente de Chesterton o Borges: “De haberse interpuesto un amante terrenal, el Redentor no habría pasado de ser un simple miembro de la Trinidad”. ¡Y hasta del científico y místico sueco del siglo XIX Emanuel Swedenborg quien tanto observó el cielo astronómico que acabó platicando con los ángeles: “Los ángeles”, escribe Cioran, “lo ven todo pero no saben nada. Unos analfabetos de la perfección”.
Igual Cioran viajó tan alto que cuando aterrizó solo pudo hacer literatura.