La peligrosa libertad
La barbarie de la virtud
Luis Gonzalo Díez
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores
208 páginas | 19 euros
La libertad siempre ha despertado reticencias entre los pensadores políticos, conscientes de que esa libertad puede hacer que nos olvidemos de las “virtudes republicanas” −heredadas de los antiguos griegos, perfeccionadas por los romanos− y despierten en nosotros el peligroso hedonismo que nos conduzca a la barbarie. Por decirlo de modo más resumido, el ser humano necesita de bridas morales, más que legales, que pongan coto a nuestra desordenada naturaleza. Esta es la advertencia que desde finales del siglo XVII −según nos demuestra Gonzalo Díez en La barbarie de la virtud− vienen haciéndose los padres de nuestro pensamiento político, los que construyeron los senderos ideológicos por los que hoy transitamos.
No busquemos la doctrina del autor en este magnífico libro; más bien, Gonzalo Díez se escuda en las palabras de Constant, de Larra, de Donoso Cortés, de Burke, de Weber, de los autores fundamentales del pasado para conducirnos a este presente lleno de perplejidad. ¿Sirve esta mirada minuciosa al pasado para entender mejor el hoy? No. La comprensión del camino recorrido no nos asegura el conocimiento del destino, ni era esa la intención del pensador que firma este ensayo. Lo que averiguamos es quiénes fueron los padres del pensamiento liberal que impera en el mundo y que hoy, asentados en esta modernidad que coloca a la libertad como el más supremo de los valores, muchos siguen reclamando los diques que contengan el desenfreno de las pasiones. El ser humano, nos advierte Díez, no es una tabla rasa sobre el que la sociedad −o el estado, o la religión, la ciencia o cualquier otro estamento organizador− pueda sobrescribir instrucciones. Las pasiones siempre estarán ahí y, como la Historia nos demostró dolorosamente en el siglo XX, tienden a desbordarse. Estas gentes, casi todas de pensamiento conservador, y tomando como inspiración la Revolución Francesa, la Ilustración y el Romanticismo, parecen decirnos que confiemos en el progreso, pero que estemos vigilantes contra las pasiones, la confianza y el optimismo si no queremos acabar en la guillotina.
Pero lo cierto es que no estamos en el pasado y resulta evidente que esos poderes controladores −ya sea el cristianismo o el republicanismo en sus acepciones más tradicionales− no sirven en este mundo pluralista y, recordando las palabras de Weber, Díez se decanta por una apuesta de riesgo: confiar en la libertad individual. Cualquier intento por unificar moralmente este mundo pluralista entraña más riesgos que soluciones.
La barbarie de la virtud, además de ese deleitoso paseo por los pensamientos más excelsos del pasado, explicados con una magnífica prosa que acaso tenga orígenes genéticos −Gonzalo Díez es hijo del novelista Luis Mateo Díez− posee también el atractivo de “descubrirnos” figuras familiares pero totalmente olvidadas. El lector pasará un rato delicioso redescubriendo a Donoso Cortés, repasando su biografía intelectual y política, compartiendo espacio con Larra y, a la postre, la misma decepción ante la evidencia de la putrefacción de los ideales, de las revoluciones, de las utopías.
Esclarecedor libro sobre las herencias morales del pasado, impartidas por maestros que poseen el valor incalculable de mostrarnos la tragedia de la utopía y la épica de la desesperanza, que nos invita a reflexionar sobre el presente y el futuro. Un ejemplo es el capítulo final de La barbarie de la virtud, dedicado a Platónov y Shalámov, los dos escritores rusos que supieron, como nadie, mostrarnos la indigencia del hombre, su desolación y su instinto de supervivencia en medio del vendaval histórico del comunismo.