La protesta impotente
El fracaso de la indignación. Del malestar al conflicto
Pierfranco Pellizetti
Trad. A. Pradera Sánchez
Alianza
168 páginas | 9,50 euros
De qué han servido las movilizaciones planetarias, desde el 15-M al Occupy Wall Street? Funcionaron como expresión del descontento y como protesta por la sangría derivada de la crisis y de sus costosas terapias, sufragadas por una mayoría ciudadana para salvar a la élite financiera y a su sistema fallido, resucitado a base de un continuo bombeo de dinero. Pero “el antagonismo intrínseco a tales manifestaciones, presuntamente subversivas, quedó limitado a la dimensión estéril del simple acto testimonial. Políticamente inerte”, porque no se ha conseguido nada. Suena como un bofetón. Y lo da con la mano abierta el italiano Pierfranco Pellizetti en su libro El fracaso de la indignación. Del malestar al conflicto. ¿En qué se basa para semejante provocación?
El italiano arriesga en su tesis, que sostiene que la protesta ha dejado de tener efectos de cambio al quedarse solo en lo testimonial. Quizá una idea demasiado vaga, aunque sí se entiende lo que quiere decir: que mientras las protestas contrapongan denuncias generales contra el sistema financiero, político, patriarcal, etc., habrá poderosos que les darán la razón y tenderán a sumarse a ellas porque no tienen que dar nada a cambio. Por el contrario, las movilizaciones más concretas, como las realizadas contra los desahucios, tienden a tener más éxito en el corto plazo y, por lo que se está viendo con los cambios legislativos, también en el medio.
La relación de fuerzas ha cambiado, constata Pellizetti. En el sistema industrial, la mayoría de asalariados, organizada en sindicatos, podía parar la producción y amenazar los planes de cualquier empresa. Hoy la realidad es otra. La inversión financiera tiene un alto grado de autonomía porque se retroalimenta. Puede invertir en la infinita gama de productos financieros sin mancharse las manos. El autor cita a Zygmunt Bauman a este respecto: “La creación de riqueza está a punto de emanciparse por fin de sus eternas conexiones —vinculantes e irritantes— con la producción, con la elaboración de los materiales, con la creación de puestos de trabajo, con la dirección de otras personas”. La primacía financiera y la automatización echan de la centralidad económica a todos los que antes movían la máquina de un modo u otro pues ahora, por decirlo así, se mueve sola. Con ello, se produce una “espantosa” pérdida de poder de la masa en los países occidentales y, por la misma razón, de la fuerza de sus protestas.
El trabajo se desorganiza, se virtualiza y deslocaliza. Quienes viven de un salario se quedan anclados en un sitio, mientras las inversiones y desinversiones se mueven de un lado a otro por debajo de sus pies y por encima de su cabeza. En realidad, la idea de estar en un lugar se vuelve una ilusión porque los empleados se han transformado en seres flotantes que tienen que ir de un empleo a otro.
¿Se queda Pellizetti varado delante de un paisaje tan negro? La capacidad de demolición del autor es alta y su lista crítica de “ingenuidades”, por ejemplo la de que cambiando nuestros hábitos de consumo podemos cambiar el mundo, revuelve el estómago. Pero no es un derrotista. Así, llegar al conocimiento certero de que nuestro bienestar low cost depende de la semiesclavitud de millones de personas que trabajan por una miseria abre el espacio para pensar que algo se puede hacer, que otras formas de actuar son posibles. Lo mismo sucede con los movimientos que tratan de recuperar las ciudades para la ciudadanía en vez de convertirlas en calles franquiciadas, en zonas de lujo y en barrios precarizados.
Tan peligrosa es la banalización de los sentimientos políticos como la banalización estética del “no hay futuro”. Pellizzetti cierra caminos y abre otros. Todo el libro tiene aspectos discutibles, pero los debates que propone son los pertinentes. Están a la vuelta de la esquina.