La reacción al neoliberalismo
La explosión populista
Cómo la Gran Recesión transformó la política en Estados Unidos y Europa
John B. Judis
Trad. María Dolores Ábalos
Deusto
192 páginas | 17,95 euros
Vaya por delante que no se trata de hablar del populismo como si fuera un pecado o una aberración política. Se trata de analizarlo en su presente y en sus raíces históricas. Populistas son los movimientos políticos, por general muy marcados por un líder carismático, que oponen los intereses del pueblo, término deliberadamente sin definir ni acotar, contra los usurpadores del establishment, élite o casta, término este utilizado a izquierda y a derecha. Los populistas de derecha, además, se agrupan contra un segundo enemigo, inmigrantes, islamistas o activistas afroamericanos, en la creencia de que el poder les protege y financia con el dinero, cómo no, del pueblo.
Si como práctica tiene los peligros evidentes del maniqueísmo y sus derivados basados en la discriminación, pacífica o violenta, como fenómeno político a estudiar resulta fascinante y muy esclarecedor respecto a la naturaleza humana y a la vida en sociedad. En un reciente libro titulado Populismos (Alianza), Fernando Vallespín y Máriam Martínez-Bascuñán, lo encuadraban en la crisis de la democracia liberal y de sus maneras pactistas que se hicieron necesarias al término de Segunda Guerra Mundial. En su lugar, sostienen los autores, se ha producido una activación de las emociones y sentimientos como vías o motivaciones para adherirse a partidos y movimientos.
Ahora se publica La explosión populista, de John B. Judis, relato histórico, informativo y analítico sobre esta forma de hacer política que el autor inicia a finales del siglo XIX, pero que ha tomado una crucial importancia a raíz de las consecuencias de la Gran Recesión. Es por tanto vieja pero también nueva. Quizá por ello prestigiosos diccionarios de ciencias jurídicas y políticas pasen de largo o directamente no incluyan el término populismo: sorprendente y sobre todo elocuente.
Judis considera que tanto Donald Trump como Bernie Sanders son exponentes de las posturas populistas, cuyos orígenes en Estados Unidos sitúa en las rebeliones de los granjeros hacia 1870, agobiados por sus deudas, descontentos porque el monopolio del ferrocarril no les bajaba los precios del transporte en épocas duras, y porque en el este del país ya empezaban a florecer grandes compañías agrícolas que empleaban con sueldos irrisorios a inmigrantes japoneses, chinos, portugueses e italianos. Querían reformar el capitalismo más que derribarlo y su sujeto histórico no era la clase trabajadora sino lo que vagamente denominaban como el pueblo.
El autor siempre ofrece ejemplos como Sanders y Trump, a los que se percibe como muy distanciados dentro del arco político aunque tengan puntos en común. A principios de los años setenta del pasado siglo ya no eran los granjeros los populistas sino los “radicales estadounidenses medios”, como los llamó el sociólogo Donald Warren. Rechazaban la asistencia social porque pensaban que era una concesión de los ricos a los pobres que se pagaba con los impuestos de la clase media. Pero al mismo tiempo se mostraban a favor de un gobierno que garantizara trabajo para todos, control de precios aunque no de salarios, el Medicare y los programas de educación y de seguros públicos.
Ross Perot, Pat Buchanan, el Tea Party y Occupy Wall Street han encarnado el populismo en años recientes por reacción al neoliberalismo en su conjunto o a una parte de él. De 1965 a 1973 las tasas de beneficio cayeron en más del 40% en el sector industrial y en más del 23% en el no industrial. La producción se desplazó a países más baratos y tanto republicanos como demócratas apoyaron al sector financiero, en que sí merecía la pena invertir. El globo se fue hinchando, pinchó varias veces pero se pudieron parchear los agujeros hasta que en 2008 todo explotó y en todos los lados. El consenso neoliberal se fracturó y de esas grietas surgieron, otra vez, los populismos hoy presentes.