La vida en las afueras
La penúltima bondad
Ensayo sobre la vida humana
Josep Maria Esquirol
Acantilado
192 páginas | 14 euros
No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras”. De este modo comienza el nuevo libro de Josep Maria Esquirol, La penúltima bondad, donde el pensador catalán, profesor de Filosofía en la Universidad de Barcelona, sigue desarrollando las ideas expuestas en su justamente celebrado La resistencia íntima (2015), por el que recibió el Premio Nacional de Ensayo. “Aquí, en las afueras, no sólo vivimos, sino que somos capaces de vida”, dice una de las frases que conforman, a modo de aforismos encadenados, una secuencia preliminar en la que Esquirol retoma, ya desde el inicio, un concepto fundamental de su libro anterior que se extiende asimismo a este. Y junto a esas afueras, la resistencia íntima que titulaba el primero y reaparece para defender, entre los habitantes de la intemperie, el ejercicio de la generosidad y la bondad, cualidades generadoras que reclaman una mirada literalmente ingenua, “cerca de la génesis” en tanto que apegada a la base, el suelo, el fundamento.
Las nociones de proximidad, de recogimiento, de “repliegue del sentir”, tienen en cuenta ciertos planteamientos existencialistas, pero el autor se aparta de ellos en la medida en que incide no tanto en el despliegue de los proyectos individuales como en el amparo previo —el entorno cotidiano o incluso doméstico, la cercanía afectiva hacia quienes nos rodean— que los hace posibles. Esquirol elogia lo concreto por encima de las ideas abstractas, asediados como estamos por la banalidad, las “complejidades artificiosas” —lo sencillo es lo profundo— y los discursos supuestamente elevados, pero vacíos, frente a los que cualquier verdad mínima, emanada de la experiencia, representa un tesoro, un cobijo y un punto de arraigo. La vida personal, que no es sólo personal, o el tiempo y el cuidado que necesita una formación demorada, no pueden ser sustituidos por el consumo compulsivo y necesariamente superficial de lo que pasa por actualidad. Tales son algunas de las premisas generales de las que parte el ensayista para reivindicar bienes como los citados u otros como el agradecimiento, la compasión o el deseo —el amor— entendido como una forma de receptividad y de entrega.
Así enunciada, la relación no parece muy distinta de la que podemos encontrar entre las baratijas que los gurús despliegan en el mercadillo, pero Esquirol sabe inscribirlas en la tradición de la filosofía y tiene la virtud de reconciliarnos con una forma de escritura no siempre accesible para los no iniciados. Su estilo claro, preciso y elegante, riguroso pero alejado de la acostumbrada, a veces innecesaria aridez que distingue a buena parte de la producción académica, lo está también, desde luego, de los compendios divulgativos y más aún del filón de la autoayuda, por más que su pensamiento —que lo es, dado que no se limita a la glosa de las ideas ajenas— eluda la especulación y se oriente a la vida.
Esquirol apela a un “sentir inteligente” que pone el énfasis en el primero de los términos, pues la razón sería una prolongación de la sensibilidad —que trasciende la percepción de los sentidos— y no su fuente primera. La penúltima bondad contiene un apretado recorrido que merece la pena degustar con detenimiento, pero el espíritu del libro acaso pueda cifrarse en la escena que narra el encuentro estelar entre el Zaratustra de Nietzsche y Francisco de Asís, el “mendigo voluntario” que logra conmover con su humildad al orgulloso predicador de las alturas. De ahí arranca una apología del término menos prestigiado de la trinidad famosa, la fraternidad, sin el que ni la igualdad ni la libertad tendrían sentido. Leer a Esquirol equivale a comprender que la resistencia es posible —de acuerdo con los así llamados “infinitivos esenciales”: vivir, pensar, amar— y que su ámbito, lejos de las consignas grandilocuentes, empieza por lo más inmediato.